JABO H. PIZARROSO | De no ser por este año junto a Carrère yo no estaría escribiendo aquí esto que lees tú ahora. No tenía ni idea. Ni tú tampoco. Sí, había escuchado hablar de él, pero poco. Puede que tú hayas leído otras cosas de este autor. Lo que quiero decir es que yo no había olisqueado nada de él hasta este año pasado.
Acaricié alguna vez, eso sí, la pasta de algún libro suyo- los de la peste amarilla de Anagrama-, en una librería de la que ahora no me acuerdo, ¿Herrikoia en la Plaza Nueva?, no, me es imposible recordarlo. Por cierto, esta librería ya no existe hoy.
Lo confundía con otro al que leí mucho cuando escribía guiones de cine que nadie quiso comprar jamás porque eran una mierda. No se atrevían a decírmelo así, pero el tiempo no tiene tanta consideración como las personas. Porque el tiempo es honesto, nada hipócrita, es tan sincero como el corte de una navaja bien afilada con piedra.
Lo confundía, he dicho, no quiero perder este hilo fino sobre el que maniobro como un equilibrista, con Carriere, el escritor que iluminó muchas de las fantasías y sueños de Luis Buñuel. Y con Jean-Claude Carriere me bastaba, porque este tapaba a Carrère. Pero todo fue iniciarse. Porque Carrère es para iniciados. El primer libro al que le dediqué unos días fue a Yoga. Luego llegaron: El adversario, El Reino, El Bigote, Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, y por ahora nada más.
Con El Bigote me dejé el bigote y me lo afeité para volver a dejármelo sin saber si tenía bigote o no. A veces soy un payaso. Con El adversario, entendí el tránsito de Romand y el de Emmanuel, tras dos o tres años de relación epistolar, uno en la cárcel y el otro tratando de escribir un libro sobre el primero, ese camino que encontró Carrère y que le llevó desde la ficción a lo que llaman no ficción.
Carrère es una experiencia, un crómlech, el vacío de una estructura temporal, aquella dentro de la que escapas de tu vida ordinaria cuando cuelgas esta de una tarde como una toalla sobre un gancho y te olvidas. Este autor te mete en el hueco de tu materia, te abre el espíritu y lo hace desde un yo, el suyo, el del narrador en el que apoya sus libros, un yo difuminado y que tiene una asombrosa capacidad de contagiar su disolución.
Mientras lees Yoga te ves a ti mismo leyendo Yoga como Carrère se escribe a sí mismo dentro de Yoga. Inspiras. Exhalas. No las cuentas porque te dejas llevar por las frases, pero de vez en cuando sumas mentalmente los ritmos del palabrerío, los pulsos que marcan los ritmos de cada frase y llegan a los acordes de los párrafos y te abandonas mientras te escuchas leer.
Yoga es yoga, mientras tú, como lectora o lector dejas de ser tú y comienzas a desnudarte de tu porquería mental.
No voy a ser un destripaterrones contando acá los hechos ordinarios de este libro, pero sí que algunos de aquestos tendrán en estas linealidades sus particulares juegos de frases, su zafu propio, y te aposentarán con tu perineo bien clavado a la tierra y tu columna vertebral estirada hasta su máxima tensión con la agudeza de tu cuerpo, que trata de elevarse al cielo de tu alma.
Sabemos que Capa, el creador del fotoperiodismo, aconsejaba ponerse más cerca del objeto o la escena a fotografiar cuando el resultado primero entrevisto por el visor no era todo lo ajustado o convincente que nuestro primer impulso hubo previsto.
José Bergamín hablaba en sus escritos de lo subjetivo como lo propio del sujeto, y de lo objetivo como la consecuencia formal de un objeto. Desde esta premisa, solamente los objetos, las cosas, podrían ser objetivas y los sujetos, los yoes, subjetivos.
Cuánto más cerca estás de ti, ¿cómo de objetivo o subjetivo eres? La cercanía de Capa…, ¿El sujeto existe?, ¡Tú, sujeto de esta cosa que escribo!, ¿existes?, ¿A qué estás sujeto, sujeto?
Emmanuel Carrère en una entrevista que le realizara uno de los dos CLN, uno de los comandantes de las Letras nuestro, Alejandro Luque, dice lo siguiente en M´Sur:
“El uso de la primera persona, si bien puede ser considerado un tanto exhibicionista, por otro lado, es una muestra de humildad y también de objetividad.”
¿Existe el sujeto objetivo, el yo puede ser objetivo tal y como está tan empapado de subjetividad? Según Carrère, sí.
Jim Morrison, el payaso loco, genial y bobo de Los Doors, que conste que los payasos son mi devoción, los terroríficos y los epicúreos, entrevistado por Bob Chorus para L.A. Press, dice:
“Creo que, en el arte, y sobre todo en el cine, la gente intenta confirmar su propia existencia.”
Escribo, luego soy: Paradigma virtual de la post-post-post-past-pus-pas-pis-modernidad, relato, luego existo.
No sabemos si fuera del arte en general, ese territorio tan frío que se deshiela por momentos como los polos en la boca, estamos más muertos que vivos o viceversa y se puede sobrevivir.
Glen Runciter les hace saber a Joe Chip, a Pat y a Don Denny, en UBIK, la novela de Philip K Dick, que frente a lo que parece que ha pasado en la Luna, son ellos los que están muertos y no él. Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, es el título también del libro que Carrère escribió porque hace mucho quiso saber si él también era PKD.
¿Quién es más real, Limonov en la novela de Carrère o la entrada Limonov en Wikipedia?
Una de las cosas que algunos no le soportan a Carrère es que se salga de los mimbres de El Adversario o de Limonov.
Hoy, sin ir más lejos, mientras compraba unos pepinos y unas manzanas, he oído decir a un viejo, -algo, que por cierto ha corroborado con un sí, sí, sí, que razón tiene usted, una mujer más joven que estaba en una esquina de la tienda acariciando unos frascos de tomates -:
“La no ficción es como las manzanas fuera de temporada, a mí lo que me gusta del Princesa de Asturias de este año es el bigote y libros suyos de ese calibre, lo demás son mentiras, no ficción o autoficción, que no sé cuál es la diferencia y postureo.”
El hecho de que algunos escritores no sean capaces de escribir acerca de sí mismos, no se acercan lo suficiente al subjetivismo objetivo de sus yoes, no tiene por qué invalidar las autoficciones o nonfictions de los que sí son capaces de hacerlo. No todo el mundo tiene un buen paloselfi con cámara multióptica a mano.
Henry Miller, y mira que me gusta poco mentarlo, dejó sentado que la literatura del futuro sería autobiográfica o no sería. Hoy la privacidad se ha convertido en una cosa pública y cuántica. Pero ni tan siquiera la física cuántica es capaz de determinar la situación exacta de una partícula subatómica en el espacio exterior o interior, y mucho menos la teoría de cuerdas, como para resolver todo esto desde el plano literario, que es otra teoría de cuerdas.
Ahora escuchamos a Carrère cuando escribe en Yoga:
“En cuanto a observar la respiración sin que la observación la cambie no es difícil, es imposible. Es imposible, pero a eso aspiramos, para eso estamos aquí.”
Entiendo que esta es una soberana deposición compuesta por los restos de los nutrientes que mi intestino grueso absorbió tras la lectura de Yoga.
El yo líquido, un ente a medio camino entre los conceptos de Zygmunt Bauman y el río de Heráclito, a tenor de las últimas aportaciones de la neuro-flexibilidad, los nuevos conocimientos que surgen estos días acerca de esa pasta sesuda en la que los chispazos momentáneos dendríticos y axónicos dejan marcas milimétricas a cada rato en nuestro recuerdo alterable a las que juntitas conocemos como el yo, es uno de los objetos de estudio de las novelas de Carrère, de todas, de las del limón y de las de la menta, como esta de Yoga.
La respiración es el objeto de toda meditación, como se dice en este libro, como “el aire que exigimos trece veces por minuto para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica”, que escribiera Gabriel Celaya. Medita el que no llega a trece y realiza menos de cinco inspiraciones al minuto, tal y como explica, aunque no así, Emmanuel. Inhala. Exhala. Seguimos.
La imaginación puede que sea una mezcla entre cuerpo y alma, se deja entrever en las conversaciones que con su inquisidor mantiene Teresa de Jesús en La lengua en pedazos de Juan Mayorga.
Marina Garcés, en el libro que contiene el texto y que publica ediciones La Uña Rota, ya nos lo explica:
“Y actualmente, la neurociencia sigue debatiéndose ante el viejo dilema sobre si el cerebro (el cuerpo) coincide plenamente con la mente (alma) o son dimensiones distintas e irreconciliables”
Me cuesta entender de clasificaciones: ¿ficción, no ficción, lo real ficcionado, la ficción con base real?
¿Cómo salir del Samsara para acercarse al Nirvana?, se pregunta Carrère, porque el Yoga es:
“(…) una técnica de superación de la conciencia mediante la observación de ella misma. (…) Pero tampoco es obligatorio seguir hasta la cima a Patanjali, que es un guía de alta montaña. A mí, como ya he dicho, me basta con el monte de vacas y considero que ya es mucho obtener por medio de la meditación un poco de estabilidad psíquica y profundidad estratégica.”
Para Carrère convertirse en un escritor original siempre ha sido su obsesión, su deseo, alguien que ha tenido como santo patrón a Montaigne, quien escribía todo lo que se le ocurría con la más absoluta indiferencia por la opinión de la gente, aquellas personas a las que se la sudaba lo que a Montaigne se le pasaba por la cabeza y escribía.
Porque para escribir hay que olvidarse, -y Carrère está en ese proceso y nos lo viene contando hace años y ahora en Yoga lo cuenta más y mejor-, del negocio de escribir, si es que existe en un porcentaje considerable esta paparruchada de vivir del negocio de escribir, cosa que a Emmanuel sí que le ocurre, por eso puede contarlo. Porque para olvidarse de ese negocio hay que dejar colgado del tendedero el yo cuando escribas desde él, Carrère lo hace trascendiéndose, escribas novela de ficción, metaficción o sin-con ficción. Cuanto más se aleje el que escribe de ese objetivo, de ese negocio, y a eso se llega desde la meditación, desde la escritura, más cerca estará de la objetividad de lo subjetivo, de la no desnaturalización de lo que se cuenta desde una primera persona.
Puede que todo esto tenga mucho que ver, y de hecho creo que Yoga en el fondo habla de esto, con una época gobernada por los megaladrones legales de atención, las empresas de redes sociales y sus secuaces, en la que las meditaciones solo duran veinte minutos, las películas que pasan de noventa no se soportan, los libros buenos disgustan, y la cultura se ha ido a la mierda.
Tal y como Carrère se detiene en su vida para encontrarse en la meditación, el mundo actual puede que tenga que internarse en un centro de Yoga para quedarse callado durante diez días por lo menos, a eso es a lo que aspira este autor en las primeras páginas de esta novela, algo que no consigue. Me temo que el mundo tampoco lo conseguirá, porque no es tan fácil como parar el capitalismo, ja, si no, que se lo digan a Sarkozy.
Si seguiré recordando este libro y lo que supuso leerlo ya no solo es por estas apreciaciones, vagancias y divagares que líneas arriba me han sacado de las costillas estos párrafos, también por momentos como el capítulo titulado El lobo y el Hotel que se parece al Overlook de El resplandor en Canadá.
No cuento más. Yo soy de Carrère, aunque a veces no se note. Por eso ahora, tras leer Yoga, procuro cagar cuando cago, y no os imagináis lo bien que transito por el espacio y el tiempo. Me he quitado hasta de guasap. Con eso lo digo todo. Poco a poco llegaré al monte de vacas. Lo sé. OM. OM. OM.
Yoga (Anagrama, 2021) | Emmanuel Carrère | 328 páginas | 22.90 euros | Traducción de Jaime Zulaika.