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La sombra verde que se cierne sobre Baker Street

Esa noche soñé con sombras, sombras inmensas que tapaban el sol… y las llamaba a gritos, desesperado, pero no me oían.

CAROLINA EXTREMERA | Como Irene Adler vuestra que soy, os debo una explicación. Y esa explicación que os debo, os la voy a dar. Recibo muchísimas cartas cada semana con preguntas que me enviáis y tengo que confesar que tiro a la basura sin terminar de leer todas las que me preguntan si sigo en contacto con Mr. Holmes porque, evidentemente, la respuesta es un no rotundo y a estas alturas debería estar claro que los que me escribís con esa idea en la cabeza sois los que no os habéis enterado de nada.

Sin embargo, muchos me planteáis otros asuntos y, aparte de la dichosa preguntita, lo que parece que más os interesa es qué opinión me merecen las muchas adaptaciones que se hacen de la historia de Mr. Holmes. Aquí algunas de las respuestas enviadas: Jeremy Brett es un señor con muchísima clase, Robert Downy Jr. es un completo mamarracho, – y eso sin entrar en cómo se retrata a una servidora en su horrible película -, Nicholas Rowe es pasable más que nada por entrañable y Benedict Cumberbatch empezó bien pero los guionistas lo fastidiaron todo por la puerta grande. Es de lamentar lo poco que se ocupan en la mayoría de las adaptaciones del Dr. Watson, que a veces pasa por ridículo o incluso por glotón, cuando os aseguro de primerísima mano que el compañero de piso de Mr. Holmes no solo es inteligente y activo sino que además es un buen mozo con su bigote y su porte recio de militar. De hecho, si me apuran, debería tenerse en cuenta que el único que tiene relaciones sentimentales es él, que hasta se ha casado dos veces. Esto me lleva a lo que más me puede irritar de las adaptaciones: esa fijación que tienen con la vida sexual de Mr. Holmes. Todo el asunto, por supuesto, me toca de cerca, ya que esos adaptadores de pacotilla se dedican a exprimir mi imagen una y otra vez. Dejadme en paz, de verdad y, de paso, dejad tranquilo al detective de Baker Street, que solo quiere tener tiempo para pensar y encontrar retos mentales a su altura. Respetar al personaje, queridos, no es hacerlo siempre de sexo masculino y de raza blanca, como piensan algunos, es hacerle actuar en todo momento como lo haría el original. Ya sé que a Arthur Conan Doyle no le gustábamos demasiado ninguno al final, pero se ocupó con mucho mimo de trazar nuestras personalidades, así que la guía está al alcance de todo el mundo.

Dicho esto, estoy abierta a ucronías, a universos diferentes o a la inclusión de magia y de lo sobrenatural, siempre y cuando se sigan las directrices del señor Doyle. En ese sentido, el mundo de los cómics me satisface bastante más que el del cine y las series. Por ejemplo, la saga de Sylvain Cordurié, que incluye vampiros, viajes en el tiempo y una médium que se parece asombrosamente a mí pero sin ser yo, es una de mis favoritas. Esto me lleva a Estudio en Esmeralda, de Neil Gaiman, que acaba de ser adaptado al cómic después de su aparición como relato en Sombras sobre Baker Street, una antología de historias ambientadas en el mundo de H.P Lovecraft en las que el protagonista es Sherlock Holmes y donde se incluyen relatos similares a los originales pero con el trasfondo lovecraftiano. En el caso de la historia gráfica de Gaiman, tenemos grandes similitudes con Estudio en Escarlata, como esta:

Y tenemos también grandes diferencias, como esta:

De modo que sí, hay una herida en Afganistán y hay una deducción inmediata, pero la naturaleza de la herida es muy diferente, así como la naturaleza de la víctima del asesinato que se investiga, ya que, al llegar a la localización de Shoredich donde se comete el crimen no encontramos sangre roja, sino verde, y la misma palabra, las mismas cuatro letras, Rache, que destacan con letras color esmeralda sobre las paredes. La víctima, por tanto, es de sangre real, una sangre que aprendemos enseguida que tiene origen primigenio. Poco más puedo contar sin revelar las claves del misterio, pero sí puedo decir que el arte de Rafael Albuquerque, que cuenta con un premio Eisner en su haber, y la trama cuidadosamente tejida dan lugar a una historia intrigante y con mucha más sorpresa de la que parece en un principio. Sobre todo, la encuentro muy verosímil. Y lo mejor, sin duda, es que yo no aparezco en ningún momento porque estos señores han decidido, con mucho buen tino, dejarme tranquila.

La llamaban Victoria porque nos había derrotado en combate hacía unos setecientos años, y se la llamaba Gloriana porque era gloriosa, y se la llamaba la Reina porque la boca humana no estaba conformada para pronunciar su auténtico nombre. Era enorme, mucho mayor de lo que yo habría creído posible, y se ocultaba entre las sombras, mirándonos desde arriba sin moverse.

Estudio en esmeralda (Planeta de Cómics, 2021) |Neil Gaiman y Rafael Albuquerque| Traducción de Diego de los Santos| 96 págs. | 16.95€

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