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Los ricos también lloran

ELENA MARQUÉS | Perdonen que me repita.

Compré Sevillana, de Charo Lagares, por mi natural impaciencia. Me acerqué a una papelería del barrio a hacer fotocopias y, mientras esperaba, me dio por ojear la pequeña estantería donde se exhibían los libros. No eran demasiados, supuse que dirigidos a un público muy concreto que no voy a calificar; pero me interesó el texto de la contracubierta de este. Hablaba de tres generaciones de mujeres (una de ellas a caballo entre Sevilla y Madrid, lo que se me colaba en mi propia biografía), y de que la novela retrataba la hipocresía de la sociedad más rancia de nuestra tierra con humor, que es una de las mejores maneras de lanzarse a la crítica. Que fuera Lumen la editorial que lo respaldaba no me hizo sospechar nada malo.

La historia gira en torno a los preparativos de una boda, lo que da pie a «analizar» las siempre difíciles relaciones de una madre y su hija. Se trata de una boda de postín, de dos jóvenes abocados o condenados a entenderse por motivos que se pierden en la noche de la costumbre. El punto de partida podría resultar interesante. Cómo el lugar y el tiempo en el que vivimos deciden nuestros derroteros existenciales. Cómo nuestra familia puede convertirse en nuestra peor pesadilla. Aunque sea una familia bien que te va a ofrecer una comodidad y solvencia con la que más de uno se sentiría bastante conforme y/o satisfecho. Pero es que las vidas de estos personajes me resultan tan chocantes, o tan fuera de la actualidad, o tan falsas, o tan inanes, o con tan poca miga, que he estado a punto de cerrar el libro en las primeras páginas.

Ni he encontrado una crítica feroz a las estupideces en que se entretienen Alejandra Díez de la Cortina y compañía, ni me han resultado dramáticas sus cuitas ni la forma de contarlas. De hecho, algunos de sus diálogos, largos e insustanciales, son trágicamente exagerados, y me han conducido a cogerle una tirria a la tipa en la que no voy a extenderme. A quienes hemos tenido una juventud algo difícil nos entran ganas de pegarle un sopapo. Más interesantes me han parecido, quizás, los quebraderos de su madre cincuentona, en plena crisis de aburrimiento y soledad, consciente de que no ha hecho con su vida lo que quería (a quién no le atañe el asunto), desarrollados como un fluir de conciencia bastante conseguido, y la actitud entrañable de vuelta de todo de la abuela de la criatura. Será porque yo me acerco peligrosamente a la edad del pasotismo integral. Esta reseña puede ser muestra de ello.

Tampoco, como cuenta Luna Miguel en el mencionado texto de contracubierta, me he reído a carcajadas, que es una utilidad de la literatura tan noble como otra cualquiera. El entretenimiento basado en la aventura, en los giros inesperados, en una trama intrincada que te mantiene en vilo, en un héroe tradicional superando obstáculos, es una ocasión excelente para reconciliarse con los libros, y más en periodo estival, cuando uno lo que quiere es evadirse de preocupaciones y honduras. A quién no le gusta una buena novela de detectives, por poner un ejemplo. Incluso quién no se ha entretenido con un culebrón tipo Los ricos también lloran, que al menos enfrenta a dos clases sociales bien diferenciadas con historia de amor incluida, y no sé por qué pensé que algo de eso podía aparecer en la novela. Pero tampoco. La verdad es que no he encontrado nada de lo que esperaba y me he aburrido bastante.

Vale que hay rasgos de los protagonistas muy humanos que me han recordado a gente de carne y hueso, de la que puedo saber porque esta ciudad en la que vivo está llena de personajes y personajillos superficiales cuya única preocupación es qué se van a poner para la puesta de largo de Fulanita de Tal. Conozco de oídas a quienes se pierden en compromisos de monterías y ágapes y que eso es suficiente para ellos, y que las contrariedades que se les presentan no pasan de encontrar los pendientes adecuados para la ocasión. Si no se han enfrentado nunca a otra cosa, qué se les puede pedir. Sin embargo, no detecto mordacidad, sino complacencia o conformidad con lo que se narra, una mera descripción de ese espacio de falsedad y tontería en el que algunos nos sentimos tan incómodos. O ni siquiera nos sentimos nada, pues tenemos las puertas cerradas a él.

Tampoco voy a negar que la escritura es fluida, que hay un oficio detrás que se detecta en lo correcto de la redacción, y que el cambio de voz y/o de punto de vista quiere ser un reto del que la autora sale más o menos airosa; pero creo que como ópera prima deja mucho que desear y, sinceramente, no merece las alabanzas «contracubiertiles» de las que me quejé no hace demasiado. Simplemente me reafirma en que ciertos círculos periodísticos son una plataforma inmejorable para verse publicado en otros formatos. Será que esas mismas amistades nobles que se retratan en la novela, las recomendaciones de toda la vida, siguen funcionando. Quién sería capaz de decirles que no.

Sevillana (Lumen, 2023) | Charo Lagares | 272 páginas | 17,95 euros

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