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No os diré que no lloréis

CAROLINA EXTREMERA | Llorar no hace que nos sintamos mejor. Sólo lo creemos o – quizá más importante – creemos que nos ha hecho sentir mejor en algún momento del pasado. “Desahógate”, nos dice una figura imaginaria, y obedecemos llorando. Pero en general, cuando un sujeto de estudio habla de su estado inmediatamente posterior a un episodio de llanto, dice sentirse peor que antes. Aunque puede que se deba a que los sujetos lloran en un laboratorio. Las lágrimas están concebidas para solicitar ayuda y los investigadores proporcionan escaso consuelo a aquellos cuyas lágrimas han provocado.

El libro de las lágrimas, de Heather Christle, me ha gustado muchísimo. Y lo voy diciendo ya, porque a veces es mejor avisar estas cosas: puede que sea simplemente porque este tipo de libros es una debilidad mía. Les cuento: son ensayos que se ocupan de un tema tremendamente amplio y tienen una estructura de pequeños capítulos, a veces numerados, a veces separados por asteriscos. En ocasiones no son solamente pequeños sino de un único párrafo o de una sola frase y, lo más importante, alternan datos interesantes sobre el tema en cuestión con momentos en la vida de la autora (o autor) que tienen que ver con dicho tema. Últimamente han proliferado estos ensayos, pero yo sigo sin tener suficientes. Está Bluets, de Maggie Nelson, sobre el color azul. Está Línea Nigra, de Jazmina Barrera, sobre la maternidad. Está Caliente, de Luna Miguel, sobre el placer femenino. Sobre lo azul, de William H. Gass (aunque este es de 1976), otra vez acerca de ese color. Escriban uno, por favor. Que no sea demasiado malo. Posiblemente con eso ya me valga.

Creo que soy tan aficionada a este tipo de libros, porque aúnan dos cosas que me encantan: leer sobre datos curiosos y que la gente me cuente su vida. Al contrario de muchos lectores, que desprecian cualquier contenido autobiográfico, yo me bebo todo lo que me quieran contar de sus vivencias y experiencias. Cualquier libro de Emmanuel Carrère me gustará porque sé que, en medio del sujeto de estudio correspondiente, ya sea un asesino, padres que han perdido a sus hijos, el cristianismo, otro asesino o un viaje a Rusia, contará cosas de su pasado, de su presente o de sus propias creencias. Y luego está lo de los datos curiosos, una reminiscencia de una infancia y adolescencia de friki de ciencias.

El libro de las lágrimas trata no tanto de las lágrimas como del hecho de llorar. De hecho en realidad se podría haber traducido el título original,The Crying Book, como “El libro del llanto”. Partiendo de su propia experiencia, alterna la historia íntima de sus propias lágrimas – tras el suicidio de un amigo, durante y después del embarazo, la depresión – con una investigación exhaustiva sobre el fenómeno del llanto.

Heather Christle investigó durante cuatro años acerca de las lágrimas después de que se le ocurriese que le gustaría hacer un mapa de todos los lugares donde había llorado. Se nota todo el tiempo de investigación que hay detrás de cada párrafo, de cada dato y, lo que es más importante, se nota que tiene mucha más información de la que vierte en el libro, algo que se agradece, porque ya sabemos qué pasa cuando un escritor no quiere renunciar a partes de sus pesquisas y acaba encajando con calzador todo lo que ha encontrado. Aquí es todo lo contrario, es como si la investigación hubiese sido una experiencia importante y privada de la autora y el ensayo fuera la forma de mostrarnos a nosotros esa experiencia. De esa manera, nos habla de estudios victorianos en los que se preguntaba a niños por sus relaciones con sus muñecos y la muerte, si los habían enterrado de forma ficticia y vertido lágrimas en sus entierros o de obras de arte vinculadas al llanto, como las de Bas Jan Ader, un artista holandés de performances. Otra obra de arte, la de Yi Fei Chen, también holandesa, donde la artista recoge la metáfora de que el llanto es el arma de las mujeres fabricando una pistola de latón que recoge, congela y dispara lágrimas como diminutas balas heladas. Tenemos también la parte científica, en la que nos explica los distintos tipos de lágrimas y cómo se ven en el microscopio entre otras muchas cosas y la parte social, con las consideraciones que tiene el llanto según quién lo vierta, si es un hombre, una mujer, una mujer blanca, un niño. Lágrimas fingidas y reales, lágrimas de ira.

Además, están las anécdotas de sus propias lágrimas y las frases de otras personas, como esta maravilla de Joan Didion que aparece en un párrafo destinado a encontrar fórmulas para dejar de llorar: “Una vez me sugirieron que, como antídoto para el llanto, metiese la cabeza en una bolsa de papel. Y resulta que hay un motivo fisiológico muy sólido, algo relacionado con el oxígeno, que lo justifica, pero el simple efecto psicológico es incalculable: es sumamente difícil seguir viéndose como Cathy de Cumbres borrascosas con la cabeza metida en una bolsa de papel marrón”.

Cuesta mucho no leerlo en dos días, pero merece la pena forzarse a lentificar la lectura, porque los datos y las reflexiones tienden a acumularse y a confundirse si se devoran. Merece la pena digerirlas poco a poco y pensar, meditar sobre el propio llanto, sobre los motivos por los que cada lector llora. ¿Qué motivos se repiten más? ¿A qué hora del día se es más propenso? Son preguntas que rara vez nos hacemos y que, inevitablemente, surgen con este libro. Lloren si quieren, sus lágrimas nunca van a desbordar los ríos porque un estudio explica que es imposible llenar el más pequeño de los ríos del planeta aunque todos los humanos lloremos durante un día. Sin embargo, si cada uno se comprometiera a derramar cincuenta y cinco lágrimas, podríamos llenar una piscina olímpica.

Quizá no podemos conocer las verdaderas razones de nuestro llanto. Quizá no lloramos “por” sino “cerca” o “alrededor”. Quizá todas nuestras explicaciones sean historias concebidas después del hecho. No “sólo” historias. No diré “sólo”.

El libro de las lágrimas (Editorial Tránsito, 2020)| Heather Christle | Traductora: Magdalena Palmer|208 páginas| 19,50€

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