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Regreso a la Arcadia

RAFAEL ROBLAS CARIDE | Disfrutar de buena poesía resulta siempre una grata experiencia veraniega. Y decantarse por la obra de María Sanz (Sevilla, 1956) es apostar sobre seguro. Por eso hoy me he aproximado al anaquel de las lecturas atrasadas, revisando la desordenada montonera que allí se acumula, y he escogido el sucinto tomo de este De vuelta a casa, el último poemario de la poeta sevillana, que fue presentado el pasado año en un delicioso acto celebrado en el Real Círculo de Labradores de la capital hispalense. No me he arrepentido.

El libro se estructura en torno a los cuarenta poemas que lo componen, breves pero intensos fogonazos de endecasílabos y alejandrinos blancos, cuyo leit motiv se identifica con un obligado camino elegiaco hacia el pasado (“porque nada es presente sin un fuego encendido, / sin la sombra de alguien que acaso te recuerda”). En este caso concreto, el regreso remite a un viaje real hacia los orígenes familiares de la autora situados en parajes rurales y naturales de la Soria más profunda. De este modo, van fluyendo por el verso –como si de un “río” se tratase– espléndidas topografías líricas que describen lugares tan sugerentes en sus propios nombres como Bordecorex, Suellacabras, Caracena,  Rello, Yanguas, el río Lobos o la cascada de Despeñaelagua.

[…] Y te observan las águilas desde una luz cautiva,

mirador indultado por el tiempo sin tiempo

de toda callejuela, en cada tejaroz.

Los verdes se pronuncian al final de tu pasmo,

un eco desbordante que alarga la salida

de esta fragilidad llamada Caracena.

Aunque, como ya se ha adelantado previamente, este fluir del “río del verso” no es más que un pretexto para que la poeta deje correr ante el lector el propio “río de su vida” (¿o quizás es un “tren”?), desde la perspectiva de su propio presente: un presente ya cercano al mar, cercado por el “frío”, la “tristeza”, la “sombra”, la “soledad”. Conmovedor resulta, en este sentido, el poema X (un soneto de rima blanco), que reflexiona serenamente sobre la cercanía del final y la imposibilidad de proyectar herencias hacia el futuro.

La herencia que recibes cada día

en forma de paisaje, su hermosura

engastada en tus ojos por costumbre,

no es más que la perfecta soledad.

Continúas prestándole latidos,

cada liberación imaginable,

todo para creer que estás viviendo

afortunadamente tras los muros.

No hallarás el testigo de una entrega

tan valiosa, ni un solo defensor

que guarde la distancia con la muerte.

Hoy no tienes a quién dejar tus ríos,

tus nubes o tus álamos, tal vez

porque nadie te pide que le ames.

Dejando a un lado el pormenorizado análisis de los símbolos que son recurrentes en el poemario y centrándonos exclusivamente en esa nostálgica mirada hacia el pasado, revelada ya desde la primera composición (“Aquella antigua imagen borrosa…”), habremos de ahondar que ésta parece fracasar una y otra vez en su lucha contra un doloroso hoy donde las horas no se detienen (“Cada vez anochece más temprano…”, se queja Sanz más adelante). No obstante, y pese al cruento pensamiento inserto en el poema transcrito, una brevísima esperanza alienta su deseo: la correcta recepción de la obra y su perdurabilidad. “[…] Ojalá tus versos / lleguen a buen destino alguna noche”, suplica luego, para autoconvencerse después –en el XXXVII– de que “apenas necesitas […] el poema / que escribes, para hallarte de regreso, / para sentirte cerca de los pájaros, / del oculto rosal donde te miras, / respirando la música de cámara”. Y es que, como en tantos otros escritores, la creación lírica representa en Sanz una necesidad intrínseca, de modo que, más allá de la angustia que supone su reflexión autobiográfica, la escritura del poema conlleva también una identificación con lo esencial, amén de un renacimiento vital a través del lenguaje. Así lo expresa explícitamente la autora dentro del poema XXXIV, en lo que podemos calificar como una suerte de Poética resumida en el breve espacio de cuatro alejandrinos.

Cuántas veces escribes para nacer de nuevo,

hasta el punto de dar con los raros orígenes

que dejaron en ti aromas de palabras

como abrazo de rosas y veladas espinas.

Por otro lado, formalmente, la poesía de María Sanz es exquisita a pesar de su aparente sencillez. La labor de la poeta coincide aquí con el aserto de Lope cuando prefería “al oscuro borrador, el verso claro”, pues la simpleza expresiva se acompaña por una cuidadísimo trabajo artesanal –casi de taracea– que refleja un dominio técnico extraordinario. Para que se haga una idea el lector y como ejemplo sin ánimo de una mayor exhaustividad que sobrepasa la naturaleza de estas líneas, transcribiré a continuación otra composición –en este caso la XXXIII–, a fin de que éste juzgue libremente su andamiaje, sustentado sobre una perfecta simetría estrófica y sintáctica que lo hace carne de un análisis filológico mucho más profundo y denso: 

Pisar la tierra húmeda conlleva

aferrarse a los ecos desprendidos

de una mañana antigua y poderosa.

Niña azul enhebrando los jazmines,

centinela fugaz en sus parterres,

gorrión enamorado del instante,

por qué todo tan rápido, tan viejo.

Ya eras invisible, como ahora,

presencia cristalina, sin más huella

que esta palabra honda sobre el aire.

Mujer malva mirándose en las fuentes,

perfil anochecido del deseo,

calma que nadie goza ni procura,

dónde más plenitud, más transparencia.

Por este De vuelta a casa de María Sanz circula igualmente una perceptible obsesión rítmica. Por un lado, el evidente vaivén del verso endecasílabo y alejandrino, de cuyo desafío la poeta sale nuevamente airosa. Por otro, la certeza de otra melodía subyacente, mucho más profunda y nostálgica, heredera quizás de los explícitamente nombrados Guillaume Lekeu (poema XIV) y Ólafur Arnalds (poema XIX). Mas, deambulando sobre esta invisible música, acompañando a la autora de regreso hasta la casa solariega soriana, una vez más –y esto es casi un continuo en su amplia producción– se encuentra otra influencia notable, la de los lares y penates particulares de toda su poesía: Antonio Machado, Bécquer, San Juan de la Cruz… y, sobre todos ellos, Cernuda.

Hace algunos años ya, cierto amigo sevillano me definió poéticamente a María Sanz como una suerte de Luis Cernuda en mujer. Durante la breve pero intensa lectura de este libro he recordado de nuevo sus palabras. Desde el cariño, acertó plenamente. Sin embargo, espero que su atinada descripción no se cumpla al cien por cien y que la obra de la autora de De vuelta a casa no permanezca tanto tiempo como la del pobre Cernuda sin el reconocimiento que se merece. Sobre todo porque no disfrutamos actualmente de demasiados poetas buenos… y porque, como he dejado escrito antes, disfrutar de la buena poesía resulta siempre una grata experiencia. Aunque el verano se nos haya escurrido, una vez más, “como el agua entre los dedos”, que diría el clásico.

De vuelta a casa (Olelibros, 2022) | María Sanz | 92 páginas |15 euros

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