ELENA MARQUÉS | «Herederas falsas. Princesas chinas impostoras. Damas intrigantes. Supuestas cazadoras de fantasmas…». Con este texto de contracubierta ¿cómo no lanzarse de cabeza a leer un libro? Mucho más si eres mujer, y madre de familia, y funcionaria con nueve trienios atravesados por el aburrimiento. Alguien cuya mayor aventura ha sido salir al campo a recoger moras o meterse en un pantalón dos tallas más pequeñas de lo que le corresponde. Y eso que, después, por eso de que preveía una miscelánea de textos en los que podía caber de todo, algunas historias interesantes y mucho material de relleno exento de atractivo, lo fui posponiendo hasta hoy.
Pero no. Reconozco que la mayoría de las anécdotas de esta entretenida antología titulada Maestras del engaño (no confundir con el bodrio de mismo nombre protagonizado por Rebel Wilson y Anne Hathaway, que no sé en qué estaría pensando) son inspiradoras y divertidas, fundamentalmente porque el tono empleado para contarlas lo es. Me encanta, por ejemplo, cuando dice cosas como «en marzo de 2010, Yan Yun ya estaba oficialmente harta», o que los miembros de la Orden del Mar de Cristal «derrotarían a la muerte por medio de una dieta a base de fruta y frutos secos», como más de uno pretende ahora.
El caso es que la joven escritora y periodista Tori Telfer, quien ya se había entrenado con Damas asesinas, recoge, dos años después de su debut literario, un buen puñado de historias de mujeres nada ejemplares dedicadas al fraude, el disfraz, el fingimiento, la falsificación, el espiritismo y la adivinación (campos, al parecer, especialmente femeninos, por basarse en la emoción y la intuición), el robo de guante blanco, el escaqueo y la huida. Mucho más emocionante si esta se realiza en un llamativo coche rosa cargado de cockers spaniels.
Y lo hace partiendo de varias premisas que comparto. La primera, que, quién sabe por qué razón, nos atrae la figura de esas timadoras no violentas (ese es el quid de la cuestión), en su mayor parte encantadoras e hipnóticas. Esas que, por su coraje y/o inconsciencia, rompen los moldes, escapan de la vida real y se lanzan a la aventura. Una aventura que, por tradición, les ha quedado vedada (los ladrones, piratas, gánsteres y demás oportunistas suelen ser machos de pura cepa), y que por eso mismo adquiere más valor. Creo, en cualquier caso, que una de las funciones de la literatura y el cine de género es ese cometido casi catártico: el de hacernos vivir, a través de sus personajes, el riesgo que en nuestras existencias cómodas y seguras no seríamos capaces de asumir. Vidas, además, que nos aparecen en pantalla glamurosas y llenas de lujo. ¿A quién no le gusta ver alguna que otra vez la comedia How to Steal a Million, de William Wyler, y acariciar la auténtica Venus de Cellini con los ojos de Audrey Hepburn?
Quizás la buena acogida en nuestro país de estos relatos (como tales pueden considerarse, claro) de Tori Telfer tenga mucho que ver con el auge hispano de la picaresca, no solo como género literario sino como modus vivendi. Alcanzar por métodos oscuros, pero imaginativos e inteligentes, el poder y la celebridad se nos antoja lícito, e incluso llegamos a justificarlo. Es como una risueña venganza, falta de escrúpulos y tontas pusilanimidades, al sistema. Siempre que no haya muertos de por medio, claro, que es lo que hará que la última de las biografiadas, una tal Sante Kimes, con tantos alias que ocupan diez líneas, nos caiga como el culo. O en tanto en cuanto no se aprovechen del dolor ajeno, caso de quienes se fingen supervivientes de atentados o esposas de sufridos combatientes de catástrofes naturales recaudadoras de dinero.
Es cierto que el empleo constante del humor, presente no solo en este libro, sino en ese tipo de narraciones delictivas, suaviza los efectos de cualquier transgresión. Y más si el ojo que lo cuenta muestra sus simpatías por el criminal y recuerda que las víctimas, avergonzadas por su propia estupidez y/o inocencia, prefieren callar antes que ventilar su candidez. Porque dejarse engañar con peticiones como comprar a la adivina de turno una aspiradora nueva por solicitud expresa del espíritu convocado o que la proliferación de médiums hiciera prosperar alguna que otra iglesia es para desternillarse un poco.
Desde luego la autora ha conseguido mantenerme enganchada desde el minuto uno. Agrupando a las damiselas por tipo de estafa (las celebridades, las visionarias, las fabulistas y las trotamundos), recoge historias conocidas por todos, como las múltiples Anastasias surgidas tras la desaparición de los Románov en los sótanos de la Casa Ipátiev; el escándalo del collar de Jeanne de Valois-Saint-Rémy, condesa de La Motte, uno de los muchos motivos que provocó el estallido de la Revolución Francesa; los timos de Cassie Chadwick, que se hizo tan célebre que, en Estados Unidos, donde, por cierto, afirma la autora, «la estafa era un fenómeno propio […], una consecuencia de la obsesión nacional con lo excepcional y la individualidad» (una fórmula más concreta para denominar al famoso «sueño americano»), «las estafadoras —e incluso algunos estafadores— pasaron a conocer como «Cassies»», junto a fraudes contemporáneos con el mismo patrón de arrimarse a la élite del dólar para sentirse alguien.
Lo que está claro es que este tipo de argumentos resultan muy atractivos, y a cualquier tipo de lectores. No sé, en todo caso, y espero que no, si estas historias podrán resultar educativas e inspiradoras y en breve asistamos a una nueva ola de infracciones y estafas como los que aquí se narran. No querría yo contribuir indirectamente con mis palabras a convertir el libro de la Telfer en un instructivo manual del crimen para mujeres aburridas.
Maestras del engaño (Impedimenta, 2021) | Tori Telfer | 360 páginas | 23,95 euros | Traducción de Mariano Peyrou
«…quién sabe por qué razón, nos atrae la figura de esas timadoras no violentas».
No sé por qué Elena Marqués da por hecho que A TODOS nos atraen las «timadoras no violentas». La verdad es que a mi no me atraen en absoluto ni los timadores ni las timadoras. A lo mejor es porque Elena Marqués cree que el género es un atenuante o un agravante dependiendo de si el timo lo comete una mujer o un hombre. Pues no Elena: un timo es un timo lo cometa quien lo cometa, y aunque en su forma no sea «violento», lo es en su fondo pues genera violencia, ira, humillación. En fin, ciertamente el auge de la posverdad lo va emponzoñando todo…