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A bigger splash

CAROLINA EXTREMERA | Decido que visitar casas con piscinas a las que nunca me voy a mudar puede ser una ocupación interesante. El asunto es que ya tengo una ocupación interesante: mi trabajo me permite viajar para atrapar piscinas. No era este mi plan cuando era pequeña. He querido ser, por orden y en sucesivas épocas de mi vida: exploradora, gimnasta, ministra de Cultura y Karen Blixen. Pienso que lo que hago – descubrir, bañarme y contarlo – es una mezcla de todas estas profesiones. ¿Y si al final soy lo que quiero ser?

            Las piscinas nos resultan mucho más evocadoras a las personas que nunca tuvimos una propia de verdad. De pequeña, me pusieron una de esas de plástico, poco profunda, en el patio de la casa de campo de mis abuelos, pero los horarios de baños eran estrictos, nunca se usaba por la tarde, y pronto se me quedó pequeña. Por eso, era tan especial cuando mi madre me llevaba con ella a la piscina en Granada, porque eran ocasiones fuera de lo común. Recuerdo prácticamente todas las piscinas en las que he nadado: piscinas de cámpings, de hoteles, en casa de amigos, públicas. Los años en los que nadaba en un polideportivo y, también, las excursiones adolescentes que tenían como único propósito pasar un día de piscina.

             Dice Anabel Vázquez en Piscinosofía que Joan Didion, la escritora de California por excelencia, tampoco tuvo nunca una. No dice si David Hockney llegó a tener una propia o plasmaba las de sus amigos, ni yo lo he encontrado al buscarlo,  porque ya sabemos lo que ocurre cuando escribimos en Google “David Hockey, piscina”. Pero sí, por supuesto que el pintor aparece en un libro con esta temática, muy bien acompañado de otros muchos usuarios, dueños y constructores de piscinas. Todo el mundo sonríe al borde de una piscina es su mantra y, sobre esa tesis, la autora escribe no solo sobre algunas de las piscinas más famosas y curiosas del mundo, sino también sobre lo que significan las vivencias que se tienen en ellas. Filosofía de piscinas, sí. Algo de ensayo y algo de memorias.

            Anabel Vázquez nos habla de la primera piscina conocida, la de Mohenjo – Daro, de hace más de cuatro mil años, de la de Villa Lena, las de Álvaro Siza en Matosinhos, la piscina de la Casa Blanca, la del hotel Molitor o la del hotel Beverly Hills, donde se tomó la famosa foto de Faye Dunaway con su Óscar titulada “La mañana de después”. También hay espacio para otras más modestas, como la piscina de un pueblo de Huelva donde acudía de pequeña o la de La Complutense, según ella, la piscina más sexy que hay. En todas las que estaban accesibles de alguna manera, esto es, las que todavía existen y no tienen prohibida la visita, la autora ha nadado. Ha elegido, sobre todo, piscinas en las que de alguna manera ella haya estado presente. Resulta un libro muy interesante por todo lo que tiene de anécdota e historia, pero también muy reflexivo porque todos tenemos algún recuerdo asociado a una piscina que podemos comparar con lo que cuenta Anabel Vázquez.

            Hay que añadir, también, el componente evocador de la ficción, porque no solo hemos soñado con nadar donde nos invitasen, sino que hemos visto otras piscinas, como la de El Nadador, la película de Burt Lancaster basada en el maravilloso relato de John Cheever, o la de El crepúsculo de los dioses. La piscina en la que Esther Williams grababa sus musicales. Todo esto también lo abarca este libro, capaz de profundizar mucho en un tema aparentemente sencillo. El hecho de que no aparezca ninguna foto, lejos de ser un defecto, es un acicate para buscar y estimular nuestra curiosidad. Habla también de una obsesión, la suya. Las piscinas como refugio, como lugar de encuentro. También como escenario social, con la reflexión necesaria sobre la escasez de agua y la proliferación de piscinas privadas en lugar de piscinas públicas.

            Leí este libro en verano, al borde de la piscina de un hotel. Soy así de mitómana para las lecturas, no puedo evitarlo. Me pregunto si la experiencia habría sido distinta en invierno, si la lectura me habría resultado melancólica en lugar de eminentemente gozosa. Todo el mundo sonríe al borde de una piscina.

            Mi altar de piscinas está formado por aquellas que existen y aquellas que imagino. Estas últimas juegan con ventaja, porque son como yo quiero que sean. Así son las piscinas históricas de Madrid, en las que nunca me bañaré porque fueron destruidas o abandonadas. Intento entender si ellas, como las personas, dejan aquí su espíritu cuando se van. 

Piscinosofía (Libros del K.O, 2023) | Anabel Vázquez | 176 págs. | 18.90€       

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