La mayor parte del tiempo todos vivimos nuestras vidas protegidos por las medidas de defensa que nos hemos construido; ninguno de nosotros es capaz de soportar un exceso de realidad. Necesitamos nuestros libros, nuestros proyectos, nuestros perros y nuestras labores, eso es lo que somos. La vida, los intereses y las comodidades que elegimos nos mantienen unidos, pero no podemos basarnos solo en esas cosas, porque no sabríamos adónde dirigirnos. Los vencejos no están siempre en las vertiginosas alturas de la capa límite atmosférica. La mayor parte del tiempo viven por debajo de ella, en un aire más denso y viciado. Ahí es donde se alimentan, aparean, bañan, beben y están. Pero, para averiguar las cosas importantes que incidirán en sus vidas, ascienden a grandes alturas a fin de tener una visión más amplia, comunicarse con los demás y resolver juntos los grandes asuntos que les afectan.
CAROLINA EXTREMERA |
Hace un mes, más o menos, empezamos a escuchar periódicamente un zumbido que parecía proceder de nuestro balcón. La vibración de unas alas rozando algo. Las gatas, cada día, se apostaban junto al cristal al escucharlo, dando saltitos y mirando fijamente, buscando a la criatura que producía el sonido. Supusimos que había algún tipo de insecto alojado en el tambor de la persiana. A las dos semanas, ya entrado el mes de mayo, vimos trajinando por las inmediaciones de la ventana una avispa de esas que parecen tener dos cuerpos, las alas más largas y patas que cuelgan. Avispas de las que dan más miedo. ¿Por qué viene tanto aquí? ¿Qué está haciendo? Descubrimos que se metía en el marco de la hoja de la puerta del balcón y no en la persiana. Entraba y salía de allí. Nuestra primera reacción fue buscar algún insecticida para fumigar bien desde el agujero hasta que salieran todas porque, ¿qué otra cosa había en nuestra ventana sino un nido de avispas horribles?
Le dimos, sin embargo, una oportunidad a la investigación y descubrimos que se trata de una avispa alfarera, un insecto en realidad solitario que apenas vive dos o tres meses – cuando es una hembra – y lo que hace es construir un nido de barro de menos de tres centímetros donde aloja su único huevo. Allí deja comida para que la larva la encuentre al eclosionar. No es agresiva con los humanos a no ser que se la provoque y su picadura es más leve que la de una avispa corriente. De repente, el animal tenía un nombre y un propósito, y ahora somos los orgullosos huéspedes del futuro bebé, que nacerá en otoño. El conocimiento y la comprensión disiparon el miedo y las ganas de destruir.
No puedo evitar preguntarme si hubiésemos actuado igual de no existir Helen Macdonald. Leímos H de Halcón hace años, cuando se publicó y, aunque hoy día se ha devaluado mucho la expresión, puedo decir que fue una lectura que nos cambió la vida. Fue ella la que nos enseñó a observar la naturaleza, la que nos mostró cómo podía ser la relación de los humanos con lo que nos rodea y la que nos enseñó a pensar antes de poner etiquetas – tanto negativas como falsamente positivas – a los animales.
La lectura de Vuelos vespertinos ha sido para mí como una renovación de votos y un recuerdo de cómo me gustaría ser capaz de contemplar lo que sucede a mi alrededor . Es una colección de ensayos que la autora presenta en la introducción como una especie de Wunderkammer – o cámara de la maravillas – esto es, una vitrina en la que se exponían todo tipo de curiosidades no relacionadas entre sí. “Espero que este libro funcione un poco como una Wunderkammer. Está lleno de curiosidades y trata de la importancia del asombro”. Ciertamente, son cuarenta y un ensayos distintos y, aunque no son todos de la misma calidad, sí que se puede decir que una amplia mayoría de ellos consigue conmover, asombrar y, sobre todo, enseñar a mirar más profundamente la naturaleza que nos rodea.
En uno de los capítulos nos cuenta cómo se anillan todos los cisnes del Támesis que pertenecen a la casa real británica, en otro nos cuenta su experiencia en Cornualles cuando presenció el eclipse total de sol de 1999 con el cielo nublado. El ensayo que da título al libro y del que he extraído la cita que encabeza esta reseña es particularmente hermoso y se hace eco del fenómeno que se conoce como vesper flights, unos vuelos que los vencejos realizan siempre al atardecer, elevándose más y más hasta perderse de vista y que aparentemente no tienen ninguna utilidad para ellos. En Un cuco en casa escribe sobre un espía de alto rango que utilizaba las mismas técnicas para dirigir a sus subordinados del MI5 y para domesticar pájaros salvajes y en Cenizas nos hace recordar el dolor que se siente al ver cómo los árboles se pierden por las enfermedades que pueden arrasar bosques enteros. Escribe también, a lo largo de varios capítulos, de los símbolos con los que revestimos a los animales y cómo esos símbolos nos confunden pero a veces nos ayudan en momentos difíciles.
Ninguno de los ensayos es maniqueo ni simplista, sino que aborda las situaciones en toda su complejidad. No te da respuestas, sino que te infunde deseos de fijarte mejor en las cosas y de aprovechar la belleza en lugar de dejar que pase sin haberla disfrutado. Cuanto más se va avanzando en el libro más se desea salir a pasear aunque solo sea ahí mismo, a la orilla del río, a observar en silencio, a ser conscientes. A mirar cada planta, cada insecto, cada pájaro como ella te enseña.
Ya ha sucedido antes, cuando hay una crisis, cuando las ideas falla, cuando la economía se desploma, cuando la prensa está crispada por el miedo a una invasión y a la pérdida de nuestra identidad. Marcamos nuestra posición en el mapa para delimitar el territorio. Nos convertimos en policías. Nos encerramos en nosotros mismos. Buscamos nuestra imagen en la naturaleza. Porque es nuestra. Es nosotros.
Vuelos vespertinos (Anagrama, 2021) | Helen Macdonald| 336 páginas | Traducción de Cecilia Ceriani|20.9€