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Corrientes claras, puras, cristalinas…

ELENA MARQUÉS | No recuerdo cuándo, Estado Crítico publicó una serie de reseñas que contravenían el principio de actualidad que se le supone a toda revista de crítica literaria que se precie, sea esta diletante o no. La propuesta o encomienda era comentar libros que nos hubieran atraído solo por la cubierta. Lástima que entonces no hubiera visto la luz el último ensayo-libro de viajes de María Belmonte, El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas, porque la clásica que llevo dentro, la que llora cual Magdalena de tríptico medieval ante los frescos de Menabuoi en el baptisterio de Padua, hubiera salido a defenderlo sí o también. No cabía, creo, mejor carta de presentación para este hermoso tratado que el cuadro La piscina, del pintor francés Hubert Robert, especializado en paisajes y en ruinas de la Antigüedad, que nos predispone a sentarnos en los escalones del templete escondido en la arboleda como un capítulo más de este nuevo y gozoso viaje de la escritora bilbaína.

Creo que de María Belmonte he leído sus obras completas, o al menos las aparecidas en Acantilado. Porque quién se resiste a títulos tan sugerentes como Peregrinos de la belleza, Los senderos del mar o En tierra de Dionisos. En esta ocasión dedica su tiempo y el nuestro a borrar su transcurrir, a detener los relojes y a visitar, o revisitar, la historia y la leyenda. Con la limpia naturalidad de su prosa y unas mayores dosis de poesía que en sus ensayos anteriores, nos acompaña por manantiales, pozos, villas, jardines y otra obra humana que guarda o vierte nuestro bien más preciado: el agua.

Fiel a su amor por Grecia e Italia, y en la estela de los ensayos clásicos, se inicia el libro con un primer capítulo titulado «Elogio a las fuentes». Como en otras ocasiones, la función de la investigadora y escritora es, puesto que «somos como esos animales ciegos de las profundidades al vivir ajenos a la desmesura del universo que nos rodea», abrirnos los ojos a la belleza, que a veces, por ser subterránea, o sencilla, o pequeña, nos pasa desapercibida. También ponernos en nuestro justo lugar, devolvernos «a nuestra condición de invitados en el planeta». Concederle a la naturaleza su carácter sagrado. Algo que de otro modo estoy encontrando en un libro que estoy leyendo ahora, El clamor de los bosques, de Richard Powers, en esta ocasión con mayores dosis de concienciación ecológica y con el centro puesto en los árboles y su carácter inconmensurable.

Podría, pues, aunque a alguno le resulte prosaico lo que voy a decir, catalogarse El murmullo del agua como una obra didáctica, educativa. De hecho, vuelca en ella sus conocimientos del mundo clásico, plagado de ninfas, náyades, nereidas y otras divinidades, con referencia a mitos tan conocidos como el de Calisto y Arcas, transformados en la Osa Mayor por obra y gracia de Zeus, y veneros tan inspiradores como la fuente de Castalia, o a cursos tan temidos como el Aqueronte o la laguna Estigia. Tampoco faltan referencias a sus muchos significados simbólicos, de vida y de pureza (hay también un capítulo dedicado a los jardines esotéricos del Renacimiento), y a sus apariciones estelares en la literatura y el arte. Pero lo hace con entusiasmo y la placidez del convencimiento, sin pedantería, con la limpieza del agua a la que canta, con sabio equilibrio, sin abusar de citas que yo, sin embargo, no me resisto a reproducir aquí: «se llama nacer a empezar a ser cosa distinta de lo que era antes se era, y morir a dejar de ser eso mismo». Hay que ver lo que dan de sí las Metamorfosis de Ovidio.

Pero ya digo que, aparte de ser este libro una fuente de conocimiento, de recorrer la construcción y utilidad de los acueductos, hacernos entrar en las villas y vergeles renacentistas y contemplar los mármoles de Bernini por las plazas de Roma, con parada final en el paseo gambardeliano de La gran belleza de Sorrentino como concesión a la actualidad (¿o es también a la eternidad?), Belmonte nos sabe transmitir sensaciones y vivencias difíciles de trasladar, momentos inefables («Son instantes en los que experimento una alegría pura, no enturbiada por nada, como si estuviera en el umbral de una revelación»), con su ágil prosa se nos introduce el mundo por todos los sentidos (oído, vista, tacto, olfato), y con la autenticidad y la sencillez del elemento al que canta.

Así que, qué queréis que os diga, uno sale limpio, ligero, calmo, de la lectura de este libro, y con ganas no solo de viajar a conocer la «Regina aquarum», escuchar «la música de la civilización» (ya lo decía Plinio el Viejo, «santificado» junto a su sobrino en la portada de la catedral de Como: «Son las aguas las que hacen la ciudad») y, por qué no, comprar todos los libros que menciona (Paseos por Roma de Stendhal o Viaje a Italia de Goethe, por poner dos ejemplos), sino también de detenerse y filosofar un poco, entendiendo con este verbo que a veces nos resulta pavoroso que en ocasiones, para tratar de entender el mundo, solo hace falta reconciliarse con él.

El murmullo del agua. Fuentes, jardines y divinidades acuáticas (Acantilado, 2024) | María Belmonte | 208 páginas | 18,00 euros

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