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El amor más allá de la química

JUAN CARLOS SIERRA | Hace no mucho hablaban los periódicos acerca de la naturaleza química del amor, sobre la influencia decisiva de la dopamina, la norepinefrina, la feniletilamina, la oxitocina y la serotonina en el proceso amoroso; incluso en alguna publicación se ha hecho referencia a la similitud del enamoramiento con un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) cuyo fundamento también se halla en componentes químicos del cerebro humano acabados mayoritariamente en ‘–ina’. A pesar de la supuesta novedad que contienen estas noticias, esta relación entre el amor y la química, este restar romanticismo a lo amoroso ya lo advirtió Manuel Rivas en un artículo de principios de este siglo XXI que tengo traspapelado entre mis cosas de cuando recortaba textos del periódico porque me resultaban especialmente interesantes, útiles, reveladores,… (he intentado encontrarlo, por aquello de escribir la cita exacta, pero no hay manera). Es verdad que al amor más corriente, ese que traspasa las pantallas, las que sean, se instala en el Corte Inglés, por ejemplo, y desemboca en la cursilería azucarada y rosa chicle de San Valentín; a ese amor de telenovela mala –perdón por el pleonasmo- le venía muy bien una dosis generosa de estudios científicos, es decir, de química, de neurotransmisores y de sustancias cerebrales varias. Pero, como en todo, lo fundamental no está en los extremos.

En el terreno intermedio entre el empirismo y el idealismo, entre la cruda realidad científica y las ensoñaciones románticas, se halla el amor que más nos interesa y del que se debería encargar la poesía cuando se pone amorosa, la que no se apunta cínicamente ni al descreimiento científico ni ingenuamente al papanatismo romántico. En ese espacio exactamente se encuentra el último poemario de Elena Felíu Arquiola, titulado Otro amor, que, según la oportuna cita que encabeza el libro, nos está anunciando desde el principio que vamos a adentrarnos en un nuevo amor, pero sobre todo en un amor distinto, alternativo, uno muy parecido al que anticipábamos en las frases anteriores.

Como suele ser constante en la obra última de la poeta valenciana afincada en Jaén, toda la introspección relativa al amor se estructura milimétrica y coherentemente en el poemario que comentamos. Se podría decir en este sentido que ni la autora ni el lector pierden el hilo, ni se dejan cabos sueltos. Todo el cuerpo del libro está tejido en secciones que se hilvanan bien y se ajustan mejor. Así en la primera parte, titulada ‘Crónica’, asistimos al aterrizaje tras el ciclón químico en asuntos cotidianos visitados o vividos desde el amor, “en lugares humildes:/ la mesita de noche, un cenicero,/ una esquina, un estante,/ un bote de colonia,/ este poema” (‘Presencia’, página 18). Se trata del relato del amor con su planteamiento, nudo y desenlace a través de poemas breves, claros, amables, poemas como fogonazos impresionistas: sensualidad, gozo, refugio, paz, cotidianidad, complicidad, cuidados, deseo,… pero también frustración, derrumbe, distancia, soledad y resistencia cuando llega el fin, porque con esto también hay que contar y hay que contarlo.

Es entonces cuando aparece el vacío, en concreto el ‘Espacio vacío’, título de la segunda parte de Otro amor. Y surgen las oquedades, la sequía de la piel, el vacío cósmico del desamor objetivado en elementos físicos, a veces de la Física, que funcionan simbólicamente no solo en esta sección sino también en otras posteriores del poemario. Estamos quizá ante uno de los hallazgos más interesantes de Elena Felíu Arquiola. En este cosmos agujereado por la ausencia, los elementos pierden contigüidad y conexión; especialmente absurdo, por tanto, se presenta el paso del tiempo. Solo la escritura parece que puede restituir las conexiones, reestablecer cierto orden: “Los días quedan sueltos,/ desligados los unos de los otros./ Solo puede hilvanarlos la escritura” (‘Dilatación’, página 38). Pero “Las palabras rodean/ el espacio vacío,/ lo limitan, lo cercan.// Pero jamás lo ocupan.// El poema: esa roca/ donde se abre la cueva” (‘Gruta’, página 40).

Este universo de lo simbólico se amplía, se extiende, se desarrolla en forma de tratado lítico en ‘Petrología’, tercera sección del libro. Rocas ígneas, sedimentarias y metamórficas se convierten en los versos de Elena Felíu en trasunto científico, expositivo-descriptivo, empírico,… del amor, del desamor y del ‘reamor’, incidiendo así en ese cientifismo simbólico que parte de la sección anterior y sobre el que se profundiza en la siguiente titulada ‘Propiedades mecánicas’, compuesta por poemas atinados, nada crípticos, de entre los que destacarían ‘Deformaciones’ (página 51), ‘Escala de Mohs’ (página 55), ‘Plasticidad’ (página 56) o ‘Límite’ (página 59).

Llegamos así a la última parte del poemario, a la titulada ‘Otro idioma’, a la que podríamos denominar también ‘Otro amor’, porque este al fin y al cabo se funda en el lenguaje, en el relato, en un nuevo pacto lingüístico entre los amantes. “Con cada nuevo amor, un nuevo idioma” indica la autora, por si hubiese alguna duda, en el primer poema de esta sección titulado ‘Duda’ (página 65); y continúa diciendo “¿Hasta cuándo/ esta capacidad de aprendizaje?”. Esa es la cuestión, el reto del conocimiento de la naturaleza humana propia y ajena, porque el amor, cada amor, se funda en el lenguaje que a su vez es conocimiento (y viceversa). Pero no a la manera de una ‘tabula rasa’, del borrón y cuenta nueva, sino que actúa por sedimentación o fragmentación o por otros movimientos líticos. Aunque en todo esto también existe un envés, “el disfraz del lenguaje” (‘Honestidad’, página 68) o un atenuante (‘Estrategia’, página 699) o una caducidad (‘Ecdisis’, página 71) o “su pesadez antigua” (‘Derrota’, página 72). Si se acaba el amor, en cierto sentido se acaba la lengua, pero queda el relato: “A partir de un conjunto limitado/ de vivencias podemos/ componer infinitas narraciones” (‘Infinitud discreta’, página 74).

De esta manera se cierra el círculo simbólico amoroso, porque “Las palabras se ordenan/ creando una estructura cristalina,/ como los minerales, cuyos átomos/ se disponen de forma geométrica…”. Y al final lo que queda es el poema, “su opacidad, / su transparencia” (‘Escritura’, página 75).

En este viaje por las profundidades del amor y del desamor, Elena Felíu Arquiola, bien aprendida la lección juanramoniana, llama a las cosas por su nombre exacto y preciso, lo cual ya resulta complicado en esta tesitura debido a la particular naturaleza paradójica del amor. Además compone, como acabamos de explicar, un libro bien estructurado temáticamente. A esto hay que añadir otra virtud, la de no perderse entre los alambiques del simbolismo. La poesía de Elena Felíu Arquiola no especula con el hermetismo, sino que le da hábilmente esquinazo sin caer en el pecado opuesto, un prosaísmo banal y vacío. Los poemas de Otro amor se adelgazan hasta su mínima y exacta expresión, pero no por ello pierden pie, ni se pasan ni se quedan cortos. Este es otro de los equilibrios que presiden el conjunto del libro.

Por lo que he podido leer en prensa, Manuel Jabois piensa, preguntado por su última novela Mirafiori, que “Consolidar una pareja se vuelve difícil cuando se pasa el efecto de las drogas” (El Plural, 7/10/2023). Entiéndase en este caso drogas como química, la que conduce en el cerebro de los enamorados a la euforia, a la obsesión y a la enajenación en el inicio del proceso amoroso. El amor más auténtico sería realmente lo que vendría justo después, eso sobre lo que gran parte de la literatura pasa de puntillas por no mentar a la bicha, pero que Elena Felíu Arquiola no ha querido esquivar en su último poemario, porque la poesía de verdad se ocupa de lo realmente importante.

Otro amor (La Isla de Siltolá, 2023) | Elena Felíu Arquiola | 79 páginas | 14 euros

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