Blanca Andreu
Fundación José Manuel Lara, 2010
ISBN: 978-84-96824-57-7
116 páginas
11.90 euros
Rafael Suárez Plácido
Corrían los primeros años ochenta. Yo era un lector de narrativa que creía que la poesía española se había estancado en los cincuenta. Aún estaba en el instituto, pero antes en los institutos se leía literatura. A uno le llegaban libros de poesía actual, pero eran los menos. Y de pronto leí un título que me encantó: De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Por supuesto no sabía nada de la autora, pero entonces nadie sabía nada de ella. Se llamaba Blanca Andreu (La Coruña, 1959). La sorpresa y el interés fueron creciendo a medida que iba leyendo aquellos versos largos, que desbordaban los límites de la página y de la imaginación. Todo se mezclaba. Todo se unía en una música imperfecta que no había escuchado antes. Rimbaud, Rilke, Elitys, Alejandría, (el Mediterráneo siempre estuvo presente en la poesía de esta jovencísima autora gallega). Dejé de regalar libros de Cortázar y Lawrence Durrell y empecé a regalar este librito de poemas. A regalarlo y a perderlo en bares y en taxis. Es probable que yo solo acabara con media edición. Yo entonces era mucho más impresionable de lo que soy ahora. Pero estaba contento. Recuerdo que apareció Báculo de Babel, y que me extrañó muchísimo que ganara un premio de poesía mística. Aunque tampoco era demasiado previsible que antes le hubieran dado el premio Adonais. También me gustó el segundo libro, pero lo regalé y lo perdí menos. Con todo esto quiero decir que Blanca Andreu bien pudo ser la primera autora que leí con mucho placer de poesía española contemporánea. Copié sus versos, los plagié mil veces. Pasó el tiempo. Recuerdo que fue un enorme éxito. Las diosas blancas, la antología de Ramón Buenaventura en la que estaba incluida, fue la primera de estas antologías de poesía de mujeres que hoy día tanto proliferan. Ahora no sé demasiado bien por qué se hacen. Fui incorporando nuevos nombres, otras maneras de escribir muy diferentes, pero siempre volvía a sus libros, especialmente al primero. Aún me sorprende el oído visionario de esta autora con los poquísimos años que tenía. Publicó dos libros más: en Capitán Elphistone ya no encontré lo que antes me había entusiasmado, me pareció una autora diferente o quizás era yo el que había cambiado; La tierra transparente supuso una decepción. Estos días he leído, con mucha expectación, Los archivos griegos (Fundación José Manuel Lara, 2010).
El libro se divide en seis partes. Bien podría decir que son seis libros diferentes, sin conexiones entre sí. Esto no tiene que ser malo. Es frecuente y puede estar bien. Eso sí, en este caso hablamos de seis partes con calidades e intereses muy diferentes. La primera parte, la que da título al libro, es sin duda la más interesante. Los mejores poemas del libro están ahí. Se dice que la literatura nació en Grecia y, desde luego, los grandes poemas de Blanca Andreu deben mucho a este país y, especialmente, a uno de sus poetas esenciales: Odiseas Elitys, al que cita ya en su primer poemario y vuelve a citar aquí. La biografía de la poetisa tiene mucha relación con Grecia. Ha debido pasar allí temporadas y a Grecia y a sus gentes dedica sus mejores poemas. El que inicia el libro, “Oda a los perros de Atenas”, deslumbra desde sus primeros versos: “Montes en luz, Atenas, hija de la belleza primera / la descubría en mis recuerdos aunque no había estado allí.” Son versos que recuerdan los iniciales de su primer libro y que apelan a su primer surrealismo. El final pretende ser una poética personal: “Que sea alado mi poema / y no volátil.” Hablar de Grecia es hablar del mar griego: “… / y era el mar griego un gran libro de plata escrito en húmedos hexámetros/ (…) Sus olas eran luces y poemas / y páginas y sueños / y canciones.” En “La copa blanca”, otro de los mejores poemas, nos dice: “Me he preguntado muchas veces por qué llevo Grecia en el alma / (…) si es algo propio de poetas” Para concluir confesándonos que “Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí / contemplando sus olivares como mantos desde la altura.”
Muy interesante es el poema que dedica a su marido fallecido, Juan Benet. Se titula “A un ciprés de la Acrópolis”. Si alguien me hubiera dicho que este poema lo ha escrito la misma persona que los libros anteriores no lo habría creído. “… me recuerdas a un hombre / que amé y murió / y que era como tú alto y oscuro.” La palabra desnuda, el adjetivo preciso, en este caso, es muy logrado y da pie a una de sus más hermosas composiciones. Pero no siempre es así. A los poetas que comienzan usando la amplificatio surrealista, el desbordamiento de palabras e imágenes sorprendentes les resulta muy difícil adaptar su lenguaje a la sintaxis más comedida de la palabra exacta. Los aciertos de este poema se vuelven lo que menos me ha gustado del resto del libro.
Pasemos a la cuarta parte del libro, EL PAZO DE LAS GOLONDRINAS, que hace referencia a la casa de su infancia gallega, a sus juegos infantiles, a su padre y a otros personajes que le resultan emotivos. En el poema “Bucólica” encuentro momentos sorprendentes: “Parece un libro lleno de pastores / una égloga abierta por la página tres / allí donde se dice Elisa, vida mía / -quién me dijera Elisa, vida mía-“.
La quinta parte, MARINAS, son textos muy breves donde en una pincelada, a lo sumo en dos, nos ofrece bocetos del mar: “En la noche / recitas / mar / escucho.” O “La tierra de mi alma es el mar.”
El resto del poemario transita en el difícil camino que va del intento de abandonar el Surrealismo y pasar a una poesía más directa. Es difícil, porque su periplo surrealista fue brillante, muy brillante, y de momento le está costando encontrar una voz al mismo nivel de exigencia. Y yo pienso que la autoexigencia de alguien que ha hecho historia con sus dos primeros libros ha de ser mucha. De eso estoy seguro. Hay momentos donde esa voz raya a gran nivel, los ya citados y algunos más. Pero no siempre es así. De todas formas creo que el camino está haciéndose y Blanca Andreu se ha propuesto recorrerlo. Ella sabe muy bien lo que está haciendo y Los archivos griegos es un buen primer paso. Ya querrían muchos otros.
El libro se divide en seis partes. Bien podría decir que son seis libros diferentes, sin conexiones entre sí. Esto no tiene que ser malo. Es frecuente y puede estar bien. Eso sí, en este caso hablamos de seis partes con calidades e intereses muy diferentes. La primera parte, la que da título al libro, es sin duda la más interesante. Los mejores poemas del libro están ahí. Se dice que la literatura nació en Grecia y, desde luego, los grandes poemas de Blanca Andreu deben mucho a este país y, especialmente, a uno de sus poetas esenciales: Odiseas Elitys, al que cita ya en su primer poemario y vuelve a citar aquí. La biografía de la poetisa tiene mucha relación con Grecia. Ha debido pasar allí temporadas y a Grecia y a sus gentes dedica sus mejores poemas. El que inicia el libro, “Oda a los perros de Atenas”, deslumbra desde sus primeros versos: “Montes en luz, Atenas, hija de la belleza primera / la descubría en mis recuerdos aunque no había estado allí.” Son versos que recuerdan los iniciales de su primer libro y que apelan a su primer surrealismo. El final pretende ser una poética personal: “Que sea alado mi poema / y no volátil.” Hablar de Grecia es hablar del mar griego: “… / y era el mar griego un gran libro de plata escrito en húmedos hexámetros/ (…) Sus olas eran luces y poemas / y páginas y sueños / y canciones.” En “La copa blanca”, otro de los mejores poemas, nos dice: “Me he preguntado muchas veces por qué llevo Grecia en el alma / (…) si es algo propio de poetas” Para concluir confesándonos que “Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí / contemplando sus olivares como mantos desde la altura.”
Muy interesante es el poema que dedica a su marido fallecido, Juan Benet. Se titula “A un ciprés de la Acrópolis”. Si alguien me hubiera dicho que este poema lo ha escrito la misma persona que los libros anteriores no lo habría creído. “… me recuerdas a un hombre / que amé y murió / y que era como tú alto y oscuro.” La palabra desnuda, el adjetivo preciso, en este caso, es muy logrado y da pie a una de sus más hermosas composiciones. Pero no siempre es así. A los poetas que comienzan usando la amplificatio surrealista, el desbordamiento de palabras e imágenes sorprendentes les resulta muy difícil adaptar su lenguaje a la sintaxis más comedida de la palabra exacta. Los aciertos de este poema se vuelven lo que menos me ha gustado del resto del libro.
Pasemos a la cuarta parte del libro, EL PAZO DE LAS GOLONDRINAS, que hace referencia a la casa de su infancia gallega, a sus juegos infantiles, a su padre y a otros personajes que le resultan emotivos. En el poema “Bucólica” encuentro momentos sorprendentes: “Parece un libro lleno de pastores / una égloga abierta por la página tres / allí donde se dice Elisa, vida mía / -quién me dijera Elisa, vida mía-“.
La quinta parte, MARINAS, son textos muy breves donde en una pincelada, a lo sumo en dos, nos ofrece bocetos del mar: “En la noche / recitas / mar / escucho.” O “La tierra de mi alma es el mar.”
El resto del poemario transita en el difícil camino que va del intento de abandonar el Surrealismo y pasar a una poesía más directa. Es difícil, porque su periplo surrealista fue brillante, muy brillante, y de momento le está costando encontrar una voz al mismo nivel de exigencia. Y yo pienso que la autoexigencia de alguien que ha hecho historia con sus dos primeros libros ha de ser mucha. De eso estoy seguro. Hay momentos donde esa voz raya a gran nivel, los ya citados y algunos más. Pero no siempre es así. De todas formas creo que el camino está haciéndose y Blanca Andreu se ha propuesto recorrerlo. Ella sabe muy bien lo que está haciendo y Los archivos griegos es un buen primer paso. Ya querrían muchos otros.