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El genio de buen humor

Los-cuentos-de-August-Strindberg

Cuentos

August Strindberg

Nórdica, 2012

ISBN: 978-84-9268-385-7

200 páginas

19,50 €

Traducción de Francisco J. Uriz

Ilustraciones de Thorsten Schonberg

 

 

José M. López

August Strindberg (Estocolmo, 1842-Ibídem, 1912) fue un genio. Y fue esquizofrénico. Estas dos particularidades de su personalidad pudieron contribuir a que no focalizara su labor artística en una sola disciplina, y que expusiera sus agudas y temibles reflexiones acerca del ser humano a través del teatro, la novela, el ensayo, el cuento, la pintura o la fotografía. Si nos centramos en su labor literaria, quizá fue el lenguaje dramático el que le permitió expresar de una manera más redonda sus profundas preocupaciones sobre la oscuridad del alma humana. En el lenguaje de las tablas fue precursor de tendencias como el “Teatro pánico” o el “Teatro del absurdo”. Pero como novelista abrió las puertas al Naturalismo en Suecia, y fue espejo donde se miraron muchos escritores expresionistas posteriores. En todos sus textos, ya sean los de vertiente más social, ya los que tienen como barrotes tan solo las paredes de la conciencia, Strindberg muestra con  lucidez y pesimismo la verdadera raíz de la que brota cada acto del ser humano, raza a la que odiaba y amaba a partes iguales.

En estos doce cuentos publicados por Nórdica se nos presenta, sin embargo, un Strindberg de buen humor. El autor sueco muestra una cara más de su poliédrica actitud como escritor, y nos ofrece una serie de cuentos que rebosan fantasía e imaginación, de manera que la mayoría de ellos pueden ser disfrutados por un público de cualquier edad. Esto en apariencia, ya que, si profundizamos en su lectura, encontramos en estos relatos una simbología apenas sugerida que hace que de cada historia se desprendan conclusiones a veces no tan ingenuas o pueriles como de un vistazo inocente podría deducirse.  Así, aunque es cierto que Strindberg tiende a sonreír algo más en esta colección de relatos, parece más bien que lo hace con una falsa mueca tras la que sigue ocultando su desesperación de siempre, su hondo e irremediable pesimismo de siempre.

Más que el estilo sencillo y elegante, es la inclinación surrealista lo que, en mi opinión, aporta un cariz imperecedero a estos escritos. La cascada de imágenes que se desliza a través de estos relatos parece  partir directamente del subconsciente del autor, y facilita  que el lector se sumerja, asombrado, en un mundo que nos recuerda al enigmático pasado de Las mil y una noches, a otro creado por su contemporáneo Lewis Carroll, o, finalmente, al que posteriormente crearía Antoine de Saint-Exupéry en El Principito. El cuento “Los cascos de oro de Alleberg” supone un ejemplo claro de este derroche de inventiva e imaginación.

Pero no olvidemos que, a pesar  de los terrenos que fertilizó sobre los que otras futuras corrientes o autores pudieron cultivar, Strindberg fue un autor de su tiempo. Así, y maniatado quizás por las convenciones del género corto, se ve feliz y forzosamente influido por maestros del cuento de su tiempo, como H. C. Andersen o E. T. A. Hoffmann. Por ello, el libro destila Romanticismo por los cuatro costados, con lo malo y lo bueno que esto conlleva: sensibilidad exacerbada, derroche de bucolismo, nacionalismo, y por supuesto, el gusto por el mundo de ultratumba. En “Las tribulaciones del práctico”, por ejemplo, encontramos un divertidísimo cuento de fantasmas y barcos abandonados, que me ha recordado a Las aventuras de Arthur Gordon Pym.

Muchos de los relatos del volumen siguen el esquema de la fábula: el mundo de las personas se percibe a través de animales “humanizados”, que se extrañan ante el comportamiento de esa raza bípeda y cruel. La moraleja suele estar relacionada con valores cristianos tradicionales, tales como la bondad, la familia o el castigo que acompaña a la desobediencia moral.

viewerLos cuentos van acompañados de los dibujos originales de la edición de 1915, realizados por Thorsten Schonberg. Estas ilustraciones impresionistas, apenas esbozadas, complementan de manera muy natural al texto, sin privar al lector del placer de crear sus propias realidades a través de la palabra. Como pega, el texto está encerrado en una especie de marco que lo separa abruptamente de los dibujos. Y esto crea una incómoda sensación a la hora de leer.

Para ir terminando, me gustaría pararme en el excepcional relato “Medio pliego de papel”. Es un cuento brevísimo, donde un joven está recogiendo su casa tras una desgracia. Antes de cerrar definitivamente la puerta, observa medio papel plegado escrito por su difunta mujer, donde aparecen anotaciones escritas por esta a lo largo de su vida juntos, notas que esta escribía a modo de recordatorios, que resumen de manera telegráfica la vida de ambos: “floristería” el día de su pedida, “cita con el vendedor de  muebles” aludiendo a su primera casa, “ópera”, sus primeras salidas, “matrona” su embarazo”, “Doctor”, su enfermedad y la de su hijo, y, finalmente “funeraria”. Este relato es un ejemplo de maestría a la hora de utilizar la elipsis, y a la vez un portento de sensibilidad contenida, de sutil manejo de la sugerencia y de elegante pericia a la hora de expresar la locuacidad de lo no escrito, de lo que no se dice. Me parece, en definitiva, un relato de una modernidad insultante. Y perdonen el anacronismo, pero esa habilidad a la hora de contar una historia de amor con final trágico tan solo mediante lo esencial me ha recordado a uno de los mejores arranques cinematográficos de los últimos años: me refiero al comienzo de la película Up. Tan solo por ese cuento merece la pena leerse este libro.

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