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El poeta contra la falsa poesía

JOSÉ CENIZO JIMÉNEZ| Del prolífico y premiado con los grandes premios patrios -Adonáis, Nacional de Literatura, el de la Crítica…- Ángel García López (Rota -Cádiz-, 1935) la crítica destaca su magisterio estilístico, su extraordinaria capacidad para el lenguaje literario y su versatilidad temática y métrica. Reunió su admirable trayectoria en Obra poética, en tres tomos (Diputación de Cádiz, 2009), que guardamos como oro en paño. Por supuesto, mientras hay vida hay poesía y, por ello, ha publicado desde entonces varios libros más.

            Ya comentamos en su momento Cuando todo es ya póstumo, editado por Castalia. Se trataba de una singular, poderosa e intensa elegía a partir del recuerdo de la pérdida de la amada. Se canta lo que se pierde, decía Antonio Machado. Y ahora en 2023 nos regala un magnífico libro, lo digo desde ya. Testamento hecho en Wátani, en elegante y cuidada edición de Reino de Cordelia, también es, como el citado, un libro sobre la pérdida. Esta vez sobre la pérdida de la casa de la poesía, una alegoría que usa, de continuas metáforas, para ofrecernos su profundo malestar por “la deriva lamentable emprendida por la poesía española última, donde falsos poetas han usurpado las riendas de la lírica”, como dice en la contracubierta.

            Podremos discutir si realmente es así por completo; es decir, si se ha perdido la calidad o sigue estando presente en muchos poetas, de todas las edad y tendencias, si se trata de una usurpación irreversible o no, o si es cuestión de relación calidad y ventas. Desde luego, desde los tiempos en que se vendió mucho un libro magnífico como Cuaderno de Nueva York y estos de ahora, con poetas más superficiales pero que llegan más a los jóvenes, y se supone que no tan jóvenes, hay diferencias. Nos quedamos, claro, con el gran José Hierro, Premio Cervantes, por algo será. Esto no quita que hayamos leído libros de, por ejemplo, Marwan, cantautor cuya poesía escrita no es como la de Hierro y nuestro poeta, ¿y la de quién?, pero que tiene aciertos, poemas que llegan. En fin, hay que leer de todo para poder comparar.

            Y aquí, en esta comparación, y siempre según nuestro gusto, Ángel gana nuestra admiración. Los poemas, en alejandrinos blancos de arquitectura rítmica perfecta, sin título, como con idea de continuidad en defensa de la poesía, embelesan desde el primer momento. Y esto por lo que los críticos, como decíamos, destacan en toda su obra: un lenguaje muy cuidado para un verso cumplido de música y vibración humana.

            Se sirve de Jonás, de resonancias bíblicas, para acompañarnos en esta batalla sin tregua contra los que han invadido la casa de la verdadera poesía. Antes todo era luz, verbo, canto, felicidad; ahora ha trocado en envidia, destrucción, codicia, molicie. Ha habido un terrible desalojo de la poesía (p. 25):

Y arrogantes, y ebrios de jactancia y acíbar,

así nos despojaron de aquel lugar abierto

a la luz y los pájaros. Nuestra casa dejaba

de ser del sol, y nuestra, al final de ese día.

            Deja claro cuáles son sus poetas de referencia, “luminarias gigantes” –Quevedo, Manrique, Espriu, Rosalía de Castro, Juan Ramón, Cernuda, etc.-. Vemos símbolos recurrentes como el búho, turbio, vengativo, amenazante, o la corneja, signo de exterminio. Desde adolescente se entregó a la poesía y ha sido feliz trabajando “la luz precisa del lenguaje”, creando mundos poéticos. Y eso hemos de agradecerle.

Testamento hecho en Wátani (Reino de Cordelia, 2023)|Ángel García López | 88 páginas | 10,85 euros.

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