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Ese fuego que es la palabra

JUAN MARÍA PRIETO | Hay en los silencios un frío que atenaza, un tiempo ignorado que se detiene para que otro tiempo pugne con un ardor de promesa. En algún lugar, un ser humano ensimismado, contenido, acaso observante, posee aquel calor con que apagar el frío, una milagro cotidiano que estremece y que solo propicia la venida inaugural del verbo.

Apagar el frío (Editorial Cántico, 2021), XVIII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”, es el último libro del lucentino Ángel de la Torre. La obra se erige en la reconstrucción de una geografía personal en la que un sujeto poético cualquiera es capaz de enfrentarse con valentía a esa intemperie furibunda de estar vivos. Así, frente a la conmoción suscitada por una voz temporalmente silente, frente los desafíos con que nos interpela el paso del tiempo, el yo lírico encuentra en el poema no ya no un canto de eternidad sino, en la madrugada, una lumbre a que arrimar las manos para seguir viviendo.

El libro aborda de manera honesta ese lance que — mientras vivimos—, significa la escritura («Quien espera la lluvia / qué poco alimento para el poema»). Con frecuencia y a pesar de los tópicos que arrastra el ejercicio poético o del riesgo —si se me permite— que supone generalizar, el sujeto establece una inevitable relación de desconfianza con el acto creativo, no siempre resuelta con el desenlace non finito que en sí constituye un poema. El/la poeta y el sujeto poemático caminan con frecuencia de la mano, arrastrando las vicisitudes de una existencia que produce en nosotros una severa afectación, de un camino dubitante que nos delata como seres mudables. Como consecuencia, la experiencia vital tiene efectos consustanciales en esa experiencia estética que es la creación.

El poeta asume este cuestionamiento e impulsa el acto creativo en una suerte de humildad. Descubrimos que nuestra voluntad no siempre esconde la determinación suficiente frente a esa aplastante realidad que es respirar: «Uno en la nieve es un artefacto / un ruido que hacen las huellas». En esa dinámica, la búsqueda de la Belleza se convierte en una utopía que no siempre encuentra una salida. Es el tiempo que nos hace contingentes, que nos hace preguntarnos, en mitad del océano, para qué sirve el poema: «un puente y envejecer son la misma hebra / entre latidos algún cansancio alguna superposición / de placas mascullar/ inhóspito / a qué acechar entonces respuestas». Sin embargo, y a pesar de que siguen siendo malos tiempos para la lírica —no nos dejemos engañar por la superproducción poética— se acaba imponiendo el poema, y un árbol «aprende a nombrarse árbol» porque solo el yo lírico está en posesión de ese fuego de la palabra.

A pesar de la aparente desolación, Apagar el frío es un libro lleno de esperanza, un nuevo comienzo –—casi órfico— en el que el hallazgo de una nueva vida nos reconcilia con la poesía. Así, el tema de la paternidad en poemas como «Antes y después»: «confío en la arquitectura del corazón que te yergue / admirar este tiempo y esta brisa /que fluyen entre el suelo y tus brazos». Hay una « gramática» secreta en el poeta que le permite encender ese fuego cuando lo desconocido lo interpela con su caricia primera, con lo que el acto creativo supone una evidente superación de esa gelidez que nos acecha, aunque eso suponga un trance: «Vomitar en el barco que lleva/ al paraíso (…) He escrito el poema con un puñetazo en el estómago».

En Apagar el frío, el yo lírico se alza de nuevo para ambicionar ese camino posible del poema, para recuperar un mundo donde reconocer la voz propia. En la poesía de Ángel de la Torre —con la mirada atenta de Gamoneda­— identificamos la hoguera, combatimos el frío. ¿Qué hay después de esa tensión en que no habita la palabra? Un balbuceo, un llanto, un estruendo, acaso un grito hondo y eterno. Después de la oscuridad arderemos en las palabras porque siempre habrá un calor inexplicable en el poema.

Apagar el frío (Editorial Cántico, 2021) | Ángel de la Torre | 110 páginas | 12 euros

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