RAFAEL ROBLAS| Desde hace algún tiempo sostengo una firme creencia cuando salgo de cacería literaria: los mejores libros son aquellos que no se buscan, sino que te saltan en las manos, sorpresivamente, sin haberlo pretendido. La última comprobación personal surgida al apremio de este supersticioso axioma sobrevino el pasado mes de junio, en los pasillos de la librería Verbo de la sevillanísima calle Sierpes, cuando la vista se me fue hacia el pequeño lomo verdiblanco que anunciaba la obra de una desconocida Belén Rubiano intitulada Rialto, 11. Volteé el volumen y las palabras de su contraportada bastaron para convencerme:
“Un día de principios de otoño de 2002, la luz de una pequeña y recóndita librería de la plaza de Rialto de Sevilla se apagó, sin ruido ni apenas despedidas, definitivamente. Su fundadora había empezado a vender libros diez años antes en otras librerías, donde aprendió muchas cosas, además de su oficio. En la sucesión de vivencias que conforman estas deliciosas memorias parciales, Rubiano comparte con los lectores la insobornable vocación que le llevó a establecerse como librera en una esquina del mapa […]”.
Sevilla. Librerías. Memorias. Años 90… “¡Este es mi libro!”, me dije antes de descubrir -tras pasar por caja- que internet rebosaba en comentarios elogiosos y que el título ya conoce dos ediciones en 2019. Más adelante -y ya en casa- también caí en la cuenta del educado mensaje que colocó la editorial en su página postrera: “Esperamos que el libro le haya gustado y le animamos a que, si así ha sido, lo recomiende a otro lector”. Y servidor -que por naturaleza es agradecido y recibió clases en un colegio de pago- va a cumplir con esta tarea impuesta por los editores, comenzando la presente reseña por el final y recomendando encarecidamente al respetable la lectura de este Rialto, 11. Razones no me faltan para hacerlo.
Primero, porque un canto tan hermoso al libro ha de ser valorado muy positivamente por todos aquellos que, como su autora, no conocemos un solo momento de felicidad sin la compañía cómplice de un texto escrito a nuestro lado. Segundo, porque, obviando gustos personales e identificaciones biográficas, este Rialto, 11 está bastante bien escrito, al contrario de lo que ocurre con obras de análogas intenciones estilísticas. Y tercero -¡qué demonios!- porque el título cumple con sus expectativas, divierte y sabe arrancar más de una sonrisa durante su lectura.
Así, Rubiano -a partir de ahora, Belén- se nos presenta desde un primer momento como una apasionada de los libros. Por otro lado, su fluida narrativa -tamizada por la ironía y el sarcasmo- demuestra hasta qué punto dicho interés bibliófilo no es únicamente económico, porque lo insólito de esta peculiar librera no sólo es que se dedique a venderlos, sino que además los lee. Y aún más, los paladea y los ama -a los que se dejan, que no todo el monte es orégano-, poseyendo esa rara cualidad que es imprescindible en una profesión cuya esencia se está mercantilizando a pasos agigantados.
Si el prólogo ya de por sí merece ser grabado con letras capitales en el imaginario muro de homenaje dedicado a nuestro viejo amigo de papel prensado, qué decir del desarrollo posterior. Porque se trata de un relato que narra la hermosa odisea de una muchacha, de tan clara vocación, que decide luchar contra la madre de todos los elementos. Por ello, resuelve pedir trabajo en el lugar equivocado: en una conocida librería de los Remedios (hasta aquí puedo leer) donde no se admiten mujeres. Sin embargo, desde el inicio logra caerle en gracia a su regente-propietaria -a partir de ahora y, siguiendo el libro, “la señora de Burgos”-, entablándose entre ellas una peculiar relación que desemboca con “Belita” empleada –o más bien deberíamos decir explotada- en la famosa librería y, por ende, introduciéndose en los entresijos del negocio desde los mismos cimientos.
Rialto, 11 se divide, pues, en dos partes: una primera que refiere el empleo inicial de la protagonista, al socaire siempre –para bien y para mal- de “la señora de Burgos”; y una segunda, bastante más extensa, que incide sobre su propia aventura como propietaria única de la “Librería Rialto”, negocio que se mantuvo abierto varios años en la plaza del mismo nombre y que diariamente sorprendía a los transeúntes con los ocurrentes pensamientos literarios que la propia Belén seleccionaba y escribía en una pizarrita situada en el exterior del local.
Por ambos lugares van a deambular personajes variopintos que acudirán hasta allí hechizados, no sabemos si por la magia los libros o por otros factores más prosaicos. Así el perturbado que quiso descambiar su destrozado ejemplar de Jules Renard adquirido apenas dos horas antes acogiéndose a una promesa comercial previa, la equívoca ancianita que elevó el sablazo hasta las más altas cotas de las artes de subsistencia, el esperado ladrón de los sábados cuyo botín se revende en el Jueves de la cercana calle de Feria, la despechada esposa que encuentra la pista definitiva de una sufrida infidelidad en la Pasión turca de Gala, o el desquiciado estudiante de psicología que aprovecha un descuido de Belén para comunicarle que ha sido la distinguida agraciada que tendrá el inmenso honor de desvirgarlo.
Sin embargo, Rialto, 11 no se queda sólo en la sucesión anecdótica de raros desconocidos –en este punto también hay que anotar que el relato igualmente lo habitan clientes habituales muy queridos por la protagonista como Benito Godoque, César Romero o Pep Torres-, sino que dentro la historia narrativa se insertan abiertas críticas contra rocambolescas situaciones que aún hoy afectan al mercado del libro: la política empresarial de muchas editoriales que no dudan en anteponer la calidad de una obra literaria a la de sus posibles beneficios económicos, las abusivas condiciones que los libreros deben aceptar por parte de las mismas editoriales para la obtención de un catálogo decente, la enorme cantidad de condicionantes que contribuyen a que un buen libro se venda, la desigual lucha existente entre las grandes superficies y los pequeños comercios de barrio, etc. En esto, también es valiente la autora, pues no escatima en detalles escabrosos que pueden incomodar a todo aquellos que pueden –y deben- darse por aludidos.
Risas, ilusión, ternura, crítica, humor, sarcasmo. Todo esto y un poco más encierran las páginas de esta particular memoria novelada. Igualmente algún que otro llanto y alguna que otra decepción. Y también algún que otro naufragio. En eso dicen que consiste el aprendizaje de la vida. Una vida dedicada por y para los libros. Una vida que Belén Rubiano hoy comparte generosamente con todo aquel que quiera acercarse a ella a través de este Rialto, 11 que, repito, a mí me ha encantado. Y por eso me atrevo a recomendarlo ahora públicamente para todos los seguidores de Estado Crítico. Les aseguro que no quedarán defraudados.
Rialto, 11. Naufragio y pecios de una librería (Libros del Asteroide, 2019) | Belén Rubiano | 240 páginas | 17,95 euros