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Jugando a los Wittelsbach

abismo

 

Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero

Luis Antonio de Villena

Fundación José Manuel Lara, 2014

ISBN: 978-84-15673-04-0

205 páginas

20 €

 

 

Rafael Roblas Caride

Me destruyo para saber que soy yo, y no todos ellos”. Tras la famosa afirmación de Antonin Artaud, pronunciada una y mil veces por Leopoldo María a lo largo de su vida, se esconde el juego literario y vital de los Panero, una familia burguesa compuesta por el matrimonio y los tres hijos, prototipo ideal del franquismo más rancio, que fue retratada en su brutal decadencia tras la muerte del patriarca en el famoso documental El desencanto (Jaime Chávarri, 1976), convirtiéndose de este modo en cruel estandarte visual de la descomposición del antiguo régimen dictatorial. Sin embargo, el citado docudrama no sólo sirvió para cuestionar en su momento la fortaleza de uno de los principales pilares del régimen recién fallecido -la familia-, sino también para demonizar la figura del padre, el poeta Leopoldo Panero que, desde entonces transmutó de notable figura de la poesía española de posguerra a mera anécdota, desdibujándose a continuación en una tiránica caricatura responsable del descenso a los infiernos de su literaria prole. Afortunadamente, hoy en día esta categorización va poco a poco desvaneciéndose, al desligarse entre sí biografía y obra, y al adquirir esta última una más ajustada y objetiva valoración poética. Sin embargo, aún queda un largo tramo por recorrer, ya que la producción del patriarca de los Panero bien merece una relectura en profundidad, para rescatar así todos sus matices y para poder despojarla definitivamente de todo juicio extraliterario. La palabra la tienen los futuros críticos y estudiosos de la literatura de nuestro país. Aunque no nos desviemos del tema que debe ocuparnos en esta reseña, que no es la reivindicación de la figura de Leopoldo Panero padre, sino la estela maldita dejada a su paso por su estruendosa descendencia y que explosiona sus penúltimos fuegos de artificio en este volumen de Luis Antonio de Villena, a la sazón coetáneo del menor de los hermanos (José Moisés “Michi”) y amigo de los otros dos (Juan Luis y Leopoldo María) y, por ende, privilegiado testigo de los entresijos más o menos confesables de tan famosa familia.

De este modo, las páginas de Lúcidos bordes de abismo. Memoria personal de los Panero trazan el perfil de la familia, configurando un subjetivo retrato que, pese a lo descarnado de algunos episodios, no presenta un balance demasiado desfavorable para sus personajes. El mismo Villena se encarga de aclarar, casi al final, las humildes pretensiones memorialísticas de su narración: prolongar desde el conocimiento y su trato personal el obituario publicado por él mismo en diario El País tras el fallecimiento de Leopoldo María, el último elemento de la saga.

Y de este modo desfilan ante los ojos del lector los grotescos ninots de este “fin de raza”, sin ser despojados de sus aristas más dramáticas y frecuentemente sumergidos en la anécdota más o menos sórdida: los escarceos homosexuales de Juan Luis con José Olivio Jiménez o con un septuagenario Juan Gil Albert; el saldo salvaje de la biblioteca paterna, retratando a un Michi sin remordimientos en el momento de cerrar el trato de la venta de un poemario autógrafo del primer José María Valverde por tres mil míseras pesetas; los trapicheos habituales y surrealistas de Leopoldo María, capaz de maltratar físicamente a una madre a la que obliga en ocasiones a comprarle su dosis diaria de hachís; o el romanticismo bobalicón y trasnochado de Felicidad Blanc, soñadora de amores correspondidos con el mismísimo Luis Cernuda. Abordando estos pasajes sin orden ni concierto cronológico, la narración va saltando de peña en peña por la memoria de Villena, configurando al final el paisaje global de una época definida: la de la transición del franquismo al nuevo orden democrático, con el correspondiente cambio a unas nuevas estructuras e ideales y con la posterior consolidación de estos en la sociedad.

No obstante, y quizás por deformación profesional, para mi gusto los pasajes más interesantes del libro se relacionan con aquellos pensamientos y análisis que Villena realiza sobre los poemas de Juan Luis y, sobre todo, de Leopoldo María, el más críptico de ambos. Desbroza de este modo el autor, casi con lentes de filólogo, textos principales como “Ma mère” o “Territorio del cielo”, por poner sólo dos ejemplos, con el pretexto de irrumpir en la especialísima relación maternofilial de amor-odio que el poeta mantuvo con Felicidad Blanc durante toda su existencia. Madre como vida, pero también madre como muerte, como sino fatal que lo empujara a la locura recluido en manicomios innombrables. “¿Es este el poema de un loco?”, se pregunta igualmente el autor al transcribir un poema del más famoso residente que tuvo el hospital psiquiátrico de Mondragón. Y, efectivamente, tras el peculiar simbolismo onírico del poeta, el mejor Leopoldo María siempre sorprende al lector con este interrogante: ¿Cómo puede expresarse un «loco» con tanta precisión y con tan depurado equilibrio técnico?

Tras el recorrido memorialístico de Villena, el libro concluye con un repaso final individualizado de sus cuatro principales protagonistas. Cuando todos ya han muerto, el novísimo no elude el encontronazo casi físico con ellos. Así, la madre será a ojos del narrador una mujer de otro tiempo, romántica y débil, que quiso liberarse de las cadenas del tradicionalismo a ultranza y que terminó aceptando otra prisión mucho más dolorosa: el cuidado del hijo más frágil, núcleo este, por otra parte, de un concentrado de odio y de amor de dosis letales. Por su parte, Leopoldo María prolonga su naturaleza esquizoide potenciándola con alcohol y drogas hasta caer en el abismo. Sin embargo, su creación poética sobrevive a su locura y, en opinión de Villena, aun tropezándose, es de los tres Paneros poetas -incluye al patriarca- el que llega más lejos, a pesar de que tampoco es oro y genio todo lo que reluce. En el otro brazo de la balanza, Juan Luis desempeña el papel de escritor al que siempre parece faltarle un escalón para triunfar completamente -bien hacia arriba, bien hacia abajo-, por más que durante la década de los 80 saboreara las mieles del reconocimiento de los jóvenes y de algunos premios tan importantes como el Loewe. Vitalmente, también el mayor de los hermanos será el más egoísta. El apartado, el aislado, el desterrado en un pueblo gerundense perdido. El que no quiere saber de nada ni de nadie. Tampoco de la madre. El que quema etapas y amistades olvidándolas muy atrás por los acelerones de su ritmo de vida. También el más incomprendido, quizás como castigo a esa pose -entre dandy y maldito- con que se mostró en El desencanto. Y, por último, el pequeño José Moisés; realmente el más débil de todos. Michi como necesitado creador del “mito Panero”, y pronto  convertido en el verdadero motor de su leyenda maldita. Camuflado entre poetas, a la sombra de Leopoldo María y de Juan Luis, aunque carente del talento de estos. Sin oficio ni beneficio. Michi sorprende al lector por su fragilidad, con el correlato biográfico triste de las mujeres que le infligieron castigo físico. Como bien interpreta Villena, “cayó en el frío abismo de la nada. Montó y desmontó una obra de teatro donde tenía mucho papel o (mejor) no tenía ninguno. Desmontado todo, quemó o creyó quemar el escenario, pero las llamas se dirigieron hacia él, el primero”. Una auténtica lástima. Finalmente lo encontraron muerto una mañana en su casa de Astorga. Solo y olvidado.

Amargo libro de encuentros y desencuentros, dotado de una dureza inhumana, pero también veteado de ternura y de amistad. Valiente testimonio, en cualquier caso, este de Luis Antonio de Villena, al que hay que agradecer la sinceridad de su voz para arrojar más luz a la biografía de los Panero, unos personajes que deberían ser de una vez por todas desmitificados y valorados por sus méritos artísticos -si lo tuvieran- que no por lo desdichado de sus vidas. Alguno que otro que yo me sé se llevará entonces una gran sorpresa… y la literatura saldrá ganando en detrimento del frikismo.

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