RAFAEL CASTAÑO | A Pierre Lemaitre siempre se lo ha asociado con la muerte y la violencia. De un modo u otro, siempre ha ofrecido en sus obras tramas contemporáneas de intriga y resolución de misterios, thrillers sociales, novelas policiacas.
Sin embargo, en 2012 aparece Nos vemos allá arriba. Su éxito, Goncourt mediante, fue absoluto. Lemaitre cuenta que, en su germen, esta iba a ser una novela policiaca ambientada en la posguerra de la Primera Guerra Mundial, pero como tantas veces le ocurre a los escritores y a los padres, su hijo quiso tomar otro camino.
Todo parece funcionar en ella, desde su desaforado inicio, su trama –bastante original, pese a que Lemaitre tenga por costumbre incluir, al final de cada una de las entregas de su trilogía histórica, una larga lista de maestros–, sus secundarios, creíbles y con alma –destaca aquí especialmente Joseph Merlin, tal vez el mejor personaje de toda la trilogía– y un final, si bien algo pasado de rosca, coherente con el humor, la violencia y los excesos que lo preceden. Aquí los malos son muy malos y los buenos muy buenos y los tontos muy tontos, pero uno compra este relato y lo disfruta.
Nada de esto ocurre en Los colores del incendio, donde todo resulta exagerado y donde en todo momento le vemos las costillas al armazón de la trama. Se nos presenta aquí una historia de caída y ascenso, de pérdida y venganza, que no alcanza el nivel de su predecesora. No deja de ser una novela de Lemaitre, pero es también una novela fallida.
Con El espejo de nuestras penas, Lemaitre se desquita hasta cierto punto. Sigue sin resultar una historia tan bien trabada como Nos vemos allá arriba, pero de nuevo parece tomarse la vida de sus personajes de otro modo. Pese a haber más drama que en la primera, es menos descarnada, con ese tono tan propio de esas otras novelas, las que se oyen, que hace tiempo reunían a las familias en torno a las radios.
Si en Nos vemos allá arriba eran la dureza y la pobreza y las desesperadas esperanzas de la posguerra las que daban fondo a las vidas de sus personajes, en El espejo de nuestras penas la Segunda Guerra Mundial, tan fatigada por la ficción, se adivina a través de las noticias o los rumores que corren entre los civiles y soldados que huyen del avance nazi. Gran parte de lo que oímos es mentira, porque el esfuerzo de la Francia en guerra era hacer creer a sus ciudadanos lo que todos los países de su tiempo y del nuestro tratan de inculcar en toda crisis: que lo que no es, es, y que lo que es, no es, siempre que la realidad alimente el miedo y no la esperanza. En este clima de medias verdades brilla el mejor personaje de la novela, el impostor Désiré Migaud, maestro del disfraz y actor consumado.
Durante los dos o tres primeros años de la guerra, los nazis parecían imbatibles. De forma siempre lejana o indirecta, sabemos de su avance por las Ardenas, del infierno de Dunkerque o de la inminente llegada de las tropas alemanas hasta París, en ese periodo que en Francia conocen como “la guerra de juguete”, pues si hubo resistencia, sus medios fueron torpes y obsoletos. Lemaitre prefiere centrar su trama en las tierras muertas, tan llenas de vida, que siempre eclipsan los grandes capítulos de la historia bélica. De este modo conocemos a personajes cuyas búsquedas y huidas los conducen por los pueblos y campos de Francia, siempre lejos de los titulares.
Lemaitre es un autor leído y querido, que sabe entretener al lector y que es consciente, en todo momento, de que le está contando una historia. Esto evita, por un lado, los desvíos estériles, y le permite, por otro, incluir a veces referencias directas al lector –“el lector se habrá percatado…” o “dejemos a estos personajes hablar entre ellos”– que recuperan ciertos rasgos propios de la literatura popular de otros tiempos. Todo en Lemaitre, pese a ciertos brochazos de registro coloquial –tal vez los haya con más frecuencia en francés– es clásico, sencillo, y es a ese lector que no busca complicaciones al que se dirige su trilogía, un esfuerzo irregular que, sin embargo, se sitúa por encima de tantos otros títulos que, con la excusa de enseñarnos Historia, nos cuentan la misma historia de siempre.
El espejo de nuestras penas (Salamandra, 2020) | Pierre Lemaitre | Traducción de José Antonio Soriano Marco | 448 páginas | 21,00 €