0

Nuestras cartas marcadas

Ramalazos de claridad, destellos breves, entrecortados, y mucho, muchísimo espacio en blanco que configura, aún sin ser consciente de ello, el carácter que construye la identidad.

¿Dónde está el futuro cuando se le necesita?

CAROLINA EXTREMERA | Neil Gaiman, cuando intenta explicarnos qué es la ficción, asunto nada sencillo, dice que la ficción nos pone en las mentes de otras personas y nos hace empáticos. La ficción, aclara, es una mentira que se cuenta para poder decir grandes verdades. La autoficción, entonces, ¿qué pretende? Cuando alguien escribe basándose en su propia verdad, ¿cómo hace para transmitir lo que desea a otras personas ajenas a esa vivencia? La respuesta está clara: la propia experiencia solo puede transmitir grandes verdades cuando se reviste de mentiras, que es exactamente lo que hace Carlos Frontera en Eco.

La novela, porque, al fin y al cabo, esto es una novela, está construida a base de vivencias y situaciones totalmente reales. Algunas están distorsionadas levemente. Otras, distorsionadas dentro de cierta hipérbole surrealista que ayuda a transmitir la carga simbólica de lo ocurrido y otras, directamente, están contadas exactamente como el autor las recuerda, lo que no es sino otra forma de ficción porque, ¿quién puede asegurar que sus recuerdos no están ya, a estas alturas, totalmente deformados? Lo que tenemos entre manos es una obra muy compleja, potente y dura, donde el argumento no es tanto una trama convencional como una serie de flashes magistralmente conectados que están elegidos para poder dar lugar, si no a ciertas respuestas,  sí por lo menos a ciertas preguntas.

Con la excusa de una convalecencia, el protagonista va recorriendo episodios de su vida y nosotros vamos asistiendo a su derrumbe particular – o no tan particular, en el sentido de que todos los hundimientos tienen cierta base común – y también va replanteando su relación con los demás, así como consigo mismo, preguntándose cuándo empieza una persona a romperse, a quebrarse, qué “ecos” son los que arrastramos desde la infancia, cómo nos hacen daño, cómo nos hacemos daño a nosotros mismos. Al ir leyendo, de alguna forma el lector también se va cuestionando lo mismo que el autor y se replantea el concepto de libre albedrío: ¿Cuántas cartas de las que nos tocan en la baraja están ya marcadas por las personas que nos han criado? ¿Cómo se escapa de eso?

Carlos Frontera enfoca su novela como una búsqueda, pero una búsqueda dificultada, en el caso del protagonista, por el hecho de estar convaleciente y, por tanto, en un estado prácticamente onírico. Así, la estructura es fragmentaria pero no azarosa y el autor se mueve en torno a los temas que realmente le duelen como un buitre que hace círculos alrededor de su presa. El lenguaje contiene repeticiones cadenciosas que imitan un eco, el que recorre la mente del convaleciente. Esas repeticiones son claves para poder conectar unos puntos con otros y poder recomponer, de alguna manera, ese puzzle de piezas que están rotas igual que está roto el protagonista, igual que lo estamos todos en cierta medida. En esa nube de trozos, el autor nos acoge, hablándonos como hablaría a un amigo, mostrándonos sus heridas, sus huecos, su pasado y los puntos claves de este, como su relación con su padre o su ruptura con la Rubia. Rescatando una frase de la propia novela, “la mierda ajena nos hace más fuertes, la propia nos debilita”. Este protagonista, que nos cuenta sus intimidades, se está debilitando para que nosotros podamos fortalecernos, para que podamos asomarnos a un abismo que no es el nuestro pero que reconocemos perfectamente.

¿Y qué ha pasado con el humor de Carlos Frontera? Pues que ahí sigue. El recurso al humor es también una constante en Eco, a pesar de su temática y su dureza. Tal vez precisamente por su temática y su dureza se necesita ese alivio, esos pequeños toques que te hacen sonreír en medio de la tormenta. Porque es una tormenta enorme, pero que merece muchísimo la pena atravesar, no solo una vez, sino al menos dos. Cuando terminé el libro, empecé a releerlo de nuevo y lo disfruté aún más, encajando más piezas. Hay tantas frases que podrían subrayarse o enmarcarse que excedería el límite de esta reseña, de cualquier reseña, si las mostrase todas, así que me he quedado con una muy pequeña selección: “El frío también se entrena”. “Algunos lunes cumplo años”. “Con ella, el mundo era otro. Menos afilado. Más amable. De la materia acogedora que hace añicos la timidez”. “La demasiada presión y la falta de oxígeno: todas las familias en un sótano”.

Les voy a contar una cosa:  tengo dos amigas muy cercanas que tienen hijas y, justo antes de los partos, estaba un poco preocupada porque hay que decir siempre que una hija es adorable. ¿Y si eran feas o tenían cara de tortuga? ¿Mentiría a la cara a mis amigas? ¡Pero son preciosas! Madre mía, es que son bellezones. ¿Saben el alivio que siento al saber que cada vez que digo que son guapísimas resulta que es una verdad como un templo? Exactamente el mismo que sentí al leer Eco. Porque sí, Carlos Frontera es un gran amigo, y cuando la lectura de este libro me removió por dentro y vi la obra monumental que tenía delante, me alegré muchísimo, no solo por no tener que decirle cosas que no quería sino, sobre todo, por lo que había sido capaz de crear.

A pesar de lo que dice la dedicatoria de la novela, que este libro no se tendría que haber escrito nunca, aprovechen que al final se escribió y léanlo. Dos veces.

Conservo una impresión demasiado física, demasiado genuina, para pensar en un sueño. A lo que se añade algo que no me atrevo a reconocer: mentí: miento:  la silueta en la puerta, aunque ocultos los rasgos por un rasponazo de oscuridad: la silueta: papá. (…) ¿No es hermoso y horrible a la vez, mi cerebro defendiéndome de mí?

Eco (Candaya, 2020) | Carlos Frontera| 144 páginas | 15€

admin

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *