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Sin contemplaciones

JUAN CARLOS SIERRA |Desde la primera década de este siglo XXI, la editorial francesa Finitude se ha empeñado en rescatar del olvido la figura de Julien Blanc (1908-1951), autor con cierta relevancia que en vida llegó a ser finalista del Premio Goncourt y ganador del Sainte-Beuve. Esa labor la ha asumido en España de momento El Paseo Editorial a partir del libro que nos ocupa en esta reseña, Confusión de penas, primera parte de La vida, sin más… Esta recuperación hispana del escritor francés promete también los otros dos títulos que conforman esta biografía novelada o novela de autoficción -o como quiera que se llame a esto de narrar tu propia vida, y que tan actual es y que tanto sustento tiene y va a tener a corto y medio plazo sobre todo tras la concesión del Nobel de Literatura a la también francesa y narradora autobiográfica o autoficcional Annie Ernaux. La trilogía que promete traducir y publicar El Paseo incluye, como ya se ha apuntado, esta Confusión de penas, así como su continuación Listillo, prepara el petate y La hora de los hombres. Según se detalla en la ‘Nota editorial’ que encabeza el libro: “Hoy se sabe que Blanc había concebido el ciclo como una tetralogía, con un cuarto tomo que debía haberse titulado Suicide, pero que nunca se materializó”.

¿Pero qué tiene La vida, sin más…para suscitar el interés editorial galo y español? ¿Qué tiene en concreto Confusión de penas para que merezca ser recuperado? ¿Qué méritos acredita Julien Blanc para volver a la vida editorial? ¿Acaso merece la pena darle más vueltas a eso de la autoficción?

Comencemos por la última pregunta para intentar dar respuesta de paso a todas las anteriores. Sí que merece la pena indagar de vez en cuando sobre nuestros orígenes, en concreto sobre los de la tan supuestamente moderna autoficción, porque no hemos inventado la pólvora o, en caso de que alguien se empeñe en que sea así, esta no sale de la nada. No obstante, en Julien Blanc la práctica literaria de la autoficción se antoja más primaria en lo referente al hilo narrativo, más seca, ya que no hay, da la impresión, una voluntad de construcción argumental a posteriori, sino que el narrador se deja llevar por el transcurso cronológico de los acontecimientos sin más reelaboración que la que construye la memoria y las heridas conservadas por esta. O quizá sea precisamente este fenómeno o estrategia literaria constructiva su particular apuesta argumental, su personalísima reelaboración. En cualquier caso, el resultado es una narración limpia cronológicamente hablando, lineal, pero también seca, cruda, cortante. Probablemente esta elección compositiva contribuye a la efectividad de la narración, a que esta adquiera ese tono crudo necesario para que fondo y forma no solo no chirríen, sino que se ajusten perfectamente.

Lo narrado, la infancia y primera adolescencia del autor y personaje principal, además tampoco requiere de demasiadas florituras expresivas. La voluntad de estilo aquí consiste precisamente en renunciar a ella, en esquivar los trucos de birlibirloque de los que la literatura puede echar mano para fascinar al lector, porque lo narrado es lo suficientemente contundente para conmoverlo, para zarandearlo, como es obligación de la buena literatura.

La niñez y adolescencia de Julien Blanc, de las que, para dejar al lector que haga su trabajo, no daré más pistas que una cita de la página 136 -”Cuando tenía demasiada hambre, me comía mis excrementos. Eso me ha pasado muchas veces”-, se avienen perfectamente en su brutalidad a la parquedad del trazo argumental elegido. Precisamente este hilo narrativo sostiene a su vez al relato de Julien Blanc ante los ojos de los lectores y viceversa, porque de otro modo el discurrir de los capítulos y de sus secciones resultaría tedioso, linealmente aburrido y algo desmotivador. La existencia de quien ha sido arrojado a la vida huérfano de madre con muy pocos años en la Francia de los años 20 del siglo pasado no puede ser más que una sucesión repetitiva de oscurísimas y terribles sombras con algunas luces, pocas, que ofrecen también un alivio para el lector en este ambiente naturalista: sórdido, triste, cruel, determinista. En Confusión de penas, unas veces el respiro o la luz tendrán nombre de muchacha, otras aparecerán bajo el aura de la amistad y del amor de Jean, y otras incluso bajo el influjo de las artes, en particular de la música y de la literatura, porque las letras, la poesía, la lectura,… también se van a convertir en tablas de salvación para el joven Julien Blanc en medio del naufragio continuo que es su vida. En ese túnel asfixiante con respiraderos transcurre la lectura de Confusión de penas.

El lugar desde el que se narra, el rincón desde el que Blanc decide contar su historia se ubica en la más absoluta y feroz sinceridad. Habría sido muy fácil, incluso entendible, posicionarse en la autocomplacencia o, llegado el caso, en el victimismo -el infierno son los otros, como dejó escrito J. P. Sartre en 1944 en su obra A puerta cerrada-; sin embargo, en Blanc existe una voluntad radical de transparencia en el relato, de honestidad, que a veces puede jugar incluso en su contra a los ojos empáticos del lector. Aunque tampoco se trate de juzgar al narrador, parece muy difícil dejar de emitir un veredicto según se avanza en la lectura de Confusión de penas.

Al final, al personaje se le aplica esa figura legal que da nombre al libro y que consiste, según la nota de la traductora Luisa Lucuix Venegas y la legislación francesa, en la “reunión de penas a favor de la más fuerte, para respetar el principio de no acumulación”. Al narrador se le ha dictado sentencia, que cumplirá en el libro que sigue a este y que esperamos con interés en una nueva edición del El Paseo Editorial.

Confusión de penas. La vida, sin más… (I) (El Paseo Editorial, 2022) | Julien Blanc | 272 páginas | 18095 euros | Traducción de Luisa Lucuix Venegas

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