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Epopeya íntima

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El corazón, la nada. Antología poética (1994-2014)

Eduardo Moga

Amargord, 2014

ISBN: 978-84-16149-40-7

240 páginas

14 €

Prólogo de Jordi Doce

 

 

José Martínez Ros

Este libro austero y discreto, El corazón, la nada. Antología poética (1994-2014), de Eduardo Moga, escritor culto y complejo, editor, traductor, contiene una amplísima muestra de uno de los principales poetas contemporáneos. La poesía, desprovista de su antiguo papel social, en el mundo contemporáneo, continúa existiendo para lo que el gran poeta Jaime Gil de Biedma definió con exactitud: “una aventura personal”. La expresión de una singularidad. Y hay pocas líricas más personales que la de Eduardo Moga, tanto en su intensidad como en su rigor técnico, una difícil combinación que convierte la poesía en una disciplina tan exigente -la auténtica poesía, por supuesto-. 

La poesía tal como la entendemos actualmente es una actividad especialmente solitaria. La poesía se escribe en soledad y se envía al silencio del mundo, donde unos pocos lectores -que además también suelen escribir, con mayor o menor fortuna, poesía- pueden o no recibirla entre tanta oferta que supera con mucho la demanda; desde luego, la poesía de este libro resulta excepcional, y merece un eco.

Este libro recoge, como decíamos, una muestra abundante de 20 años dedicados a la creación poética, además de incorporar un prólogo de Jordi Doce y un epílogo donde el autor relata las circunstancias que le convirtieron en tal y el origen de su obra. Una poesía que ha adquirido su configuración actual, radical y feroz, una voz totalmente propia a partir de Cuerpo sin mí (2007).

Una poesía que se aleja de la mayoría de las tendencias imperantes, y en las que se percibe la decisiva influencia que tuvo la lectura de Neruda en su génesis como escritor, una influencia que también se advierte en el hecho de que es un poeta que escribe no poemas, sino libros unitarios. Uno tiene la impresión de que la poesía de Eduardo Moga, en su conjunto, es una epopeya, un enorme himno épico, pero dedicado no a la historia de un país o un continente o una ideología, sino al ser humano en su extensión y complejidad; es una poesía que pretende contener la vida de un individuo que es muchos individuos, que como Whitman querría, contiene multitudes. No por ello es indiferente a las vicisitudes de la sociedad -como prueba el poema «Dices» recorrido por titulares periodísticos o el «Elogio del jabalí», sobre la iglesia española, en Insumisión– pero siempre desde esa misma óptica personal.

Al mismo tiempo, y en correspondencia con lo indicado, es una poesía asombrosamente carnal, matérica, cuajada de nervios, humores, huesos, imágenes corporales, pulsaciones, latidos; por esa misma razón Eduardo Moga es el autor de algunos de los poemas amorosos -donde leen «amorosos», lean «sexuales»- más poderosos y perturbadores de la lírica actual.

Los pocos lectores de poesía, esparcidos por el mundo, harán bien en acercarse a este libro.

Y los muslos remontan los muslos. Y se apresura la sal de la lentitud, que recojo con la lengua temblorosa. Y la lengua atraviesa la lengua y el acero. Y el cielo es manos, y aquello en que se posan las manos. Y los dedos son hambre. Tú me has hecho sentir cosas que no había sentido con nadie. Y los muslos, enzarzados, alcanzan la médula del instante, la lápida de lo nunca sido. Y los ojos lamen y saquean y penetran en lo oscuro. Y la blusa cae. Y el aire cae. Y los vientres se levantan y caen y se levantan y se enceguecen de mucosas. Sólo con oírte al teléfono me humedezco. Y el silencio alcanza el límite de la saliva, y lo acaricia. Y las formas intercambian sus centros, se desnudan de escamas y escaleras, hasta que ya no sé dónde están mis brazos, el pene aturdido, la península de los sueños, los nombres. Esta tarde no te pongas nada debajo. Y cae la piel, que descubre sus sabrosos barrizales, sus diamantes escondidos, y se vuelve a incorporar, como una ola del yo, como una murmurada cadena. (El yo es quebradizo: depende de una mano que alza el vuelo y el orgasmo, y que se convierte en nuestra mano). Y la piel, al caer, es más piel, más concentración de baba y piel, más pureza agolpada o ebriedad de dientes. Y encuentro dureza en el sudor y en las entrañas, donde bate un viento espeso, palabras que arañan y gotean, hendiduras coléricas, zumo entreabierto. Me gusta esta urgencia; significa que me deseas. Y todo se desmorona en un golpe rojo, en una sucesión de espasmos que burla al tiempo y deshace el conglomerado de los días, en un hueco voraz en el que me arrebujo para saberme cosa, nada, dios, brizna poseída por el mundo, o alimentada por su demolición.

¿Me quieres?

Fragmento del poema  XXII de Las horas y los labios, 2003.

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