JABO H. PIZARROSO | ¿Qué se debe sentir al tener un corazón humano que ha sido honesto en las manos? Los únicos que pueden responder a esta pregunta son aquellos lectores que hayan pasado por el laberinto centrohabanero de Pedro Juan Gutiérrez.
Al fin, aché pa tí, Pedro Juan, gracias, por fin lo tenemos de vuelta acá, cuando también se embulló o lo embullaron del lado de allá, de la isla grande, de ese caimán barbudo que sigue generando tantos y tantas grandísimas y grandísimos escritores, en este caso excretor, y lo digo sin peyorativismos y con todo el cariño de mi mundo letraherido, que le tocan el tuétano a las palabras cada vez que se sientan en pelotas a teclear sobre una Underwood clavada a la mesa, como hizo Reinaldo Arenas para que no se la robaran en los años ochenta, mientras su manuscritos los guardaba entre las tejas de lo alto de su casa.
Pedro Juan Gutiérrez fascinó a la prensa y a Europa en los años noventa del siglo XX cuando Anagrama publicó La Trilogía sucia de la Habana. Siempre Bukowski, siempre las referencias del dirty realism americano, porque aquellos eran los filtros para que el excell de las europeas cabezas asimilara esa literatura de la barbarie, ¡qué civilizados son algunos críticos y qué gilipollas!, como leí que escribió un indivividuo del cual su nombre no recordar quisiera, en aquellos años en los que Cuba era tan desconocida como lo es hoy. Para entender el Caribe hay que pasar por Derek Walcott antes. O por Harry Crews, recientemente publicado por Dirty Works. O por Willian Faulkner, o por Piñera, Alejo, Lezama, Heras León, Luis Manuel García, Edmundo Desnoes, Eliseo Altunaga, Nancy Morejón, Guillermo Rosales, o Cirilo Villaverde sino nos da el cuerpo y el tiempo. Porque el Caribe no es solo Cuba, pero todo Cuba es caribe, guanabos y guanajos, el Caribe va desde los países del sur americano hasta las selvas de la Amazonia y aúna territorios con una misma manera de ver el mundo, onde o mundo se chama caribe.
La literatura nunca supo de estados ni de patrias, pero sí de comarcas, de pueblos, de barrios, de cuadras. Es sorprendente incluso que ni tan siquiera la crítica cubana haya dado con la tecla que achumbe el pensamiento de lo que traslada Pedro Juan con su literatura en mayúsculas. Nos falta Rufo Caballero. Nos faltará siempre. Y también Titón.
Esto es lo que escribe en cubanet Jorge Fornet: “Pero el hallazgo que Gutiérrez capitalizó, fue el de fijar su mirada en el escorzo de la ciudad; esencialmente en un barrio, de Centro Habana (…) no se trata de una pobreza cualquiera, que a fin de cuentas puede encontrarse en cualquier barrio de la urbe, sino en una imagen muy precisa de ella, es decir, la decadencia, porque Centro Habana fue en un momento de su historia un sitio opulento en el que habitaron las grandes fortunas del país. Su atractivo para la literatura (…) radica precisamente en que allí, en esos palacetes y grandes mansiones derruidas, se resume una historia de decadencia y caída. Es el sitio ideal para representar esa retórica de la demolición que se ha adueñado del imaginario nacional en los últimos años.”
Rogelio Martínez Furé, en aquellos años noventa del Periodo especial en tiempos de Paz, me decía que ya no quinientos, sino dos mil años de judeocristianismo castrador son los que separan a Europa de la isla de los mamoncillos chinos, los manglares, los mangos, las jutías, la frutabomba, la papaya, la cabilla y el repingao, la templadera y la gosadera, la satura, el mojo, la krika, el ekobio, el parqueo histórico, la revolución cubana, José Martí y el contrapunteo del tasajo, el azúcar y el tabaco, la buena breva.
Pero entiendo que la fascinación primera que acercó a muchos lectores a Pedro Juan llegaba desde esa inoperancia pélvico-mental que arrostran como una cadena de semen hecho queso y puritanismo inconfeso tantos y tantas lectoras en España, aquello que llenaba aviones de Iberia y Cubana de Aviación en busca de Cecilia Valdés o de jineteras que pudieran airearle como peces voladores el cocomordan en los hirsutos labios a los blanquitos españoleados por tanta cruz y tanta represión caderil. Ese músculo pubicogideo que la gimnasia del hambre enseñó a utilizar a tantos hombres y mujeres centrohabaneros, a cambio de fulas o maletas llenas de trusas y gafas de sol, mientras las cartillas de racionamiento no daban ni para un poco de viandas, carne é puerco y/ó una pizza de cinco pesos. En tiempos aquellos de los que hablamos, un cineasta argentino llamado Fernando Birri, primer director de la mejor escuela de cine del mundo, la EICTV, dijo algo que todavía resuena en el tambor del llano de nuestros oídos pedigüeños, «Estamos hartos de que los europeos hagan su revolución a costa de nuestras espaldas», porque mientras el Cuba Dura de nuestras chapas en la chaqueta izquierdoide siga enseñoreándose en festejos como el 26 de julio o cualquier otra fiesta o club de salsa en los que el ché tira de emociones sentimentaloides, los sueños que quedaron encallados por la irresponsabilidad del mundo en la isla más digna del planeta, seguirán peleándose a golpe de resignación.
Porque Pedro Juan Gutiérrez siempre fue a más, llegaría a más, como intuíamos los que vivimos en los tiempos de Centro Habana, cerquita de Trocadero y Crespo, la casa de Lezama, en los que desplegó sus costillas y sus hambres para escribir aquella trilogía sucia. Porque Pedro Juan desde siempre, como ahora con su estoico y frugal, estuvo en talla, “bárbaro, compadre”, y aunque algunos tildaron su literatura de pornográfica, lo hicieron, pobrecitos, porque no sabían lo que estaba rumiándose tras esa primera capa de esplendor mamatorio y amatorio. Pedro Juan Gutiérrez siempre fue hasta el último confín de los cuerpos y de la humanidad que siempre dijo basta y echó a andar en su escritura veloz, cuando al espíritu no le quedaban asideros de tendones, y cuando a la mente se le agotaron las resistencias, y por eso mismo Centro Habana, en sus manos, en sus escribidoras manos, fue siempre uno de los últimos reductos revolucionarios que nos quedan, donde el ser humano sigue peleando a vergazos por su digna presencia y alegría, hablando en el fondo de la condición del ser bajo cualquier circunstancia, aunque esta esté rodeada de burocratismo y agua por todas partes.
Hace unos años, en la cátedra Alfonso Reyes, Pedro Juan respondía a esa primera pregunta ambiciosa que todo periodista malo lanza al cuello de un escritor bueno, sin medir nunca la consecuencias, ¿qué es para ti la literatura?, a lo que Pedro Juan responde: «Para mí escribir es ante todo un proceso de pensamiento y de reflexión. Permanentemente. Yo creo que es lo que uno hace cuando escribe, siempre está pensando en algo que le ha sucedido, que ha experimentado un rato antes, unos días antes, unos años antes y al escribirlo eso te ayuda a pensar, a apropiarte de lo sucedido a odiarlo, a separarlo de ti».
Y más, mucho más, porque en el fondo, la literatura de Pedro Juan Gutiérrez habla de una generación, y sigo sus palabras, «que se enfrentó a todo un proyecto político que habíamos estado defendiendo durante tantos años y que se convirtió en sal y agua. La salida mía fue escribir. Unos se dedicaron a la religión, otros se fueron del país y mi salida fue escribir estos libros. Pero es una situación muy específica que por suerte no se mantuvo. Podía haber terminado, no sé, suicidándome». Pero no lo hiciste porque la literatura te salvó, ya que la literatura hecha desde la honestidad siempre es una salvación, Pedro Juan, para ti y para los que te leen.
Este nuevo libro nos lleva a un escritor prodigioso, tan hecho como lo estaba antes, pero sin las ataduras de baratijas que la europeidad pone a los salvajes subdesarrollados para poder sacar pasta de ellos, como el turista europeo saca sexo de Gloria, una jinetera que vive cerca de la calle Infanta, a cambio de fulas. Esperemos que con Estoico y frugal, la literatura que se desprende de la obra de Pedro Juan Gutiérrez, sea entendida como ese ejercicio honesto y humilde que intenta alguien para el que la vida es una pelea constante del ser humano contra el estar y el tiempo, algo que en el fondo la escritura decente siempre pide a gritos, la buena, la que nos conmueve, la que nos impele a sostener un corazón dolorido y saqueado en las manos temblorosas.
Estoico y frugal (Anagrama, 2019) | Pedro Juan Gutiérrez | 184 páginas | 16,90 €
Jabo. Muy profundo, tu análisis del libro y tambien del autor.
Eres buen conocedor de Cuba, y muy buen escritor.
Zorionak Jabo!!!