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Caminando sobre aire sólido

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Far Leys

Miguel Ángel Oeste

Zut, 2014

ISBN: 978-84-616-8891-3

290 páginas

17 €

 

 

 

Fran G. Matute

Ahora que Bob Dylan, al menos a ojos de los ingenuos, se ha vendido a todo aquello contra lo que presuntamente luchó en su juventud, parece más necesario que nunca buscar “la verdad” en otro lugar, mirar hacia otras latitudes. Sin embargo, esta epifanía en forma de anuncio publicitario debería servir, más que para sentirse huérfano de referentes, para reflexionar sobre dónde reside la autenticidad y cómo identificarla.

La relación de Miguel Ángel Oeste con el malogrado músico de culto Nick Drake, tal y como él ha confesado en alguna que otra entrevista, surgió del azar gracias a ese ya desacralizado acto de juventud que consistía en prestarse una cinta de casete. A través de su música, un sonido hermoso que acompañaba melodías tristes, el hoy día escritor sintió cómo un desconocido cantautor, al que seguramente no pondría todavía rostro alguno, le susurraba al oído su bella melancolía desde los más ignotos años sesenta. Ha pasado ya mucho tiempo desde aquel descubrimiento o, mejor llamarlo, deslumbramiento. Son muchos los años que Miguel Ángel Oeste parece haber estado rumiando las palabras de Drake en su cabeza, dejándose acompañar por el fantasma que habita en sus grabaciones. Por eso Far Leys se lee casi como una psicofonía literaria, porque para escribirla Miguel Ángel Oeste ha invocado el espíritu de Nick Drake y su espectro parece haberse hecho letra, impregnando todas las páginas de esta excelente y sólida novela.

Por suerte o por desgracia, conozco muy bien la sensación que describía con anterioridad. La de toparse, casi de forma inconsciente, con una voz hibernada en el vinilo que, de la noche a la mañana, se convierte en algo así como tu segunda piel, tu conciencia sonora. Una voz que se te interioriza hasta tal punto que pone color a tus estados de ánimo. Las canciones de Brian Wilson, Ray Davies, Townes Van Zandt o Gram Parsons han conseguido llevarme a sitios a los que, creo, no hubiera podido llegar de otra forma. Así que si bien nunca he sido muy fan de Nick Drake, sí que conozco el proceso por el que una determinada música te puede llegar a atrapar hasta la obsesión.

En Far Leys, esta obsesión queda canalizada a través de sus protagonistas, Richard y Janet, dos contrapuntos vitales que persiguen al mismo Nick Drake pero desde posiciones opuestas. Richard está fascinado por la figura mitológica del músico, por el fantasma que sobrevivió al suicidio pero, sin embargo, busca respuestas entre los que lo conocieron en persona; Janet, en cambio, vive del recuerdo del Drake de carne y hueso, con quien mantuvo una relación afectiva pero distante, pero convive a diario con su fantasma, el cual se encuentra alojado en su memoria. El espectro (la leyenda) y el cadáver cuyos restos yacen en Far Leys (el músico): sobre estas dos realidades gira la ficción que Miguel Ángel Oeste construye precisamente para buscar una especie de verdad o, por decirlo de alguna forma, las múltiples verdades que sobrevuelan la misteriosa vida del compositor y, de paso, nos ofrece una imponente reflexión sobre la soledad y la falta de éxito. Far Leys no pretende, en ningún momento, ser una biografía sobre Nick Drake y, precisamente por ello, por estar construida desde la seriedad de la ficción, bien podría ser el documento más fidedigno que existe sobre su figura. Al fin y al cabo, como argumentaba su productor Joe Boyd en Blancas bicicletas (2006), poca fiabilidad debería darse al recuerdo de alguien que vivió el final de los años sesenta en todo su esplendor.

Por otro lado, existe un sinfín de lugares comunes alrededor de la figura de Nick Drake, una serie de tópicos que mal tratados podrían haber convertido esta obra en un producto vulgar, en una mera novelización de la vida de Drake. Pero sorprende observar con qué clase y soltura Miguel Ángel Oeste sortea estos clichés, apenas dejándolos caer a lo largo del texto, demostrando así el dominio y la confianza con la que aquí se maneja el material biográfico y cómo es éste puesto al servicio de la ficción, y nunca al revés.

Far Leys es, sin duda, un salto de gigante respecto a Bobby Logan (2011), su primera novela, que Rodrigo Fresán definía, con gran acierto, como «terminalmente iniciática». Y así es. Porque en Far Leys ya no hay titubeos. Porque Far Leys va mucho más allá de ser la típica segunda novela en la que se consolidan (o se tiran por tierra) los talentos detectados en la primera. Porque Far Leys es una novela muy seria, y no lo digo en el sentido anímico sino en el intencional. Está tan bien esculpida, tan trabajada, tan brillantemente engarzada por una prosa vistosa, precisa y efectiva, que es capaz de rezumar melancolía a la par que ofrece una lectura sorprendentemente adictiva y entretenida. Oeste, como Nick Drake, ya camina sobre «aire sólido» por el mundo de la construcción narrativa.

Uno de los grandes momentos de Far Leys, al menos para mi gusto, es cuando se dibuja a Drake, meditabundo, en su habitación, escuchando casi de forma compulsiva “I Am A Rock” (1965) de Paul Simon. El tema no puede estar mejor escogido. Porque así puede uno fantasear con la fragilidad de Drake mientras Simon le habla de fortificarse, de no necesitar amigos, de su temor a hablar sobre el amor, de sus ansias por parapetarse tras los libros y la poesía, de convertirse en una roca, en una isla, y todo para no tener que relacionarse, para no tener que sufrir, para no tener que llorar. Me ha parecido muy potente esta escena: ver a Drake así, fascinado por esa voz que le habla de tú, que le entiende en su aislamiento vital, sufriendo un proceso similar de ensimismamiento al que, quiero suponer, vivió Miguel Ángel Oeste el día que descubrió la música de su ahora personaje. De esta forma, autor y personaje, se cruzan por los pasillos de Far Leys-mansión, se dan la mano en las páginas de Far Leys-novela. Y por escenas como esta es por lo que creo que hay que reivindicar a Miguel Ángel Oeste como el escritor más ‘pop’ de nuestras letras, siendo, por otro lado, el tío menos ‘pop’ que me echado a la cara en mucho tiempo. Lo que pone de manifiesto que aquí no hay impostura. Que aquí no hay trampa ni cartón. Que no se puede ser más auténtico.

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