MANUEL MACHUCA| No he podido evitar recordar mi visita a Guatemala en el año 2002 al leer la última novela Eduardo Halfon. Me habían invitado a participar en un curso de formación de la Agencia Española de Cooperación Internacional en Antigua Guatemala, y alguno de los colegas que lo impartíamos, ilusionados por conocer el país centroamericano, acordamos viajar unos días antes para visitar las famosas pirámides mayas de Tikal, y de paso aclimatarnos al cambio horario. Tras un par de días en la capital del país, en los que la violencia y la desigualdad rasgaban el ambiente como un cuchillo jamonero recién afilado, abandonamos el lujoso hotel en el que nos hospedábamos para volar hacia Tikal. En dirección al aeropuerto, atravesamos barrios de una pobreza que hace comprender lo que sucede en los antiguos reinos centroamericanos de la United Fruit Company, sobre todo después de haber habitado una jaula de oro como la que rodeaba nuestro hotel, en la zona 10 de Guatemala City. Al traspasar la entrada de la terminal nos topamos con un extraño y solitario pupitre sobre el que se erguía un cartel que advertía: “Por favor, antes de pasar, deposite aquí su arma”. Ni que decir tiene que nos hicimos una foto posando con cara de maleantes. Poco después, al facturar, me escabullí de un registro que deseaba hacerme un guardia gracias a mis conocimientos sobre la plantilla del Real Madrid de aquella temporada. Y un poco más tarde, sorteando esas estrictas medidas futboleras de seguridad que defendían el aeródromo cuando aún no había pasado un año del atentado de las Torres Gemelas, ya en la sala de embarque, nuestro desconcierto alcanzó su máximo exponente al contemplar la pasividad de los vigilantes de los arcos de seguridad, ante sus continuados pitidos de alerta al franquearlos los pasajeros de nuestro vuelo. Obviamente, dedujimos que era más que probable que nuestros compañeros de viaje habrían hecho caso omiso a las recomendaciones de aquel extraño pupitre de la entrada.
Canción comienza también con la asistencia a un congreso del autor de la novela, esta vez en Tokio, un congreso de escritores libaneses que había tenido a bien organizar la universidad de la capital japonesa. Halfon, como confiesa en las primeras páginas del libro, había sido hasta entonces escritor guatemalteco, centroamericano, judío, estadounidense, francés, español e incluso polaco, pero jamás libanés. Ni siquiera su abuelo nacido en Beirut lo fue, porque Eduardo Halfon, como también se llamaba su antecesor por vía paterna, había huido de su ciudad natal cuando la región pertenecía a Siria, y solo tres años después de su exilio aquel pedazo castigado de Oriente Medio se convertiría en el país que hoy conocemos como Líbano.
La excusa del congreso sirve al escritor para volver al relato autobiográfico en torno a la figura de su abuelo, un empresario guatemalteco, o judío, o sirio, o libanés, ¡qué lío!, que fue secuestrado en la década de los ochenta por un comando guerrillero guatemalteco en el que participó Percy Amílcar Jacobs Fernández, conocido como Canción entre sus correligionarios.
Quien no conozca la literatura de Halfon se sorprenderá por la sencillez de su estilo. Una sencillez de indudable mérito, tanto si es consecuencia de su trabajo de poda literaria como si lo es por su capacidad de hablarnos de temas profundos y esenciales de una forma tan despojada de sesudas elucubraciones. Es una suerte que sus novelas sean cortas porque, a pesar de su sencillez estilística, aquello que nos cuenta y desde donde nos lo cuenta contiene una carga de profundidad que puede pasar desapercibida si no se hace una lectura atenta. Es una prosa ligera de apariencia no apta para lectores ligeros, tan aficionados muchas veces a historias que enganchan y a circunloquios enrevesados. De alguna forma, su estilo recuerda a autores orientales como Kim Thúy o Yûko Tsushima, que parece que atraviesan de puntillas los temas que tratan y, sin embargo, nos dejan entre sus páginas verdaderas minas explosivas de efecto no necesariamente retardado. Qué difícil es la sencillez. Qué altura la de su prosa, en apariencia tan liviana.
Hay que advertir que se trata de un libro no apto para quienes menosprecian la autoficción, y bien que se lo pierden esos lectores a quienes les gusta esa literatura de ficción tan carnavalesca, en la que muchos autores se disfrazan de sus alter ego, o mejor dicho, de sus egos. Allá cada cual. Sin embargo, como en toda buena autoficción, el personaje familiar, el autor mismo, no son más que meros vehículo, como personajes que son, utilizados para hablarnos de otros temas que no tienen nada que ver con sus ombligos o sus fantasías más íntimas. Y en su lenguaje sencillo, en su forma de escribir en la que parece no levantar la voz, Halfon nos habla del amor en la familia, del terrible papel al que nos ha condenado a los hombres el machismo, con esa incapacidad que tenemos en muchas ocasiones de mostrar nuestros sentimientos. Canción es una novela sobre la terrible desigualdad que asola Guatemala, sobre la violencia a la que se ven abocados quienes sufren vejaciones crónicas y gratuitas, crueles e insaciables por parte de aquellos que en lugar de servidores y guardianes de la democracia utilizan las armas que les entrega el estado en custodia para proteger a las élites, ejércitos convertidos en empresas públicas de guardaespaldas con cargo a los impuestos, militares que jamás ganaron batallas contra enemigos externos sino únicamente contra sus compatriotas, contra los que descargan la inquina y la impotencia de su propia cobardía, en lugar de asumir el único papel que deberían interpretar en un estado decente. Canción es también una novela sobre la incomunicación, sobre la incomunicación en la familia, sobre la incomunicación entre las clases sociales, sobre la incomprensión. En definitiva, sobre el miedo, el mayor motor de violencia que existe.
Canción es un novelón de poco más de un centenar de páginas, un oxímoron literario que merece ser leído con detenimiento. Una obra que te desarma en cuanto entras de verdad en ella, y que hará que salten todas las alarmas de nuestro arco de seguridad. A muchos lectores, como a aquellos vigilantes del embarque, su sonido no les dirá nada. Peor para ellos.
Reseña publicada previamente en la web de Tres Pies al Gato.
Canción (Libros del Asteroride, 2021) | Eduardo Halfon| 128 páginas| 14,95 €