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Filología al alcance de todos los públicos

RAFAEL ROBLAS | Hace bastante tiempo que conozco a Lola Pons Rodríguez. De apariencia frágil y menuda, su gran madurez crítica ya sorprendía en las aulas de la antigua Fábrica de Tabacos cuando nuestros veinte años soñaban con cambiar el mundo. O tempora, o mores! Mas los relojes no dejan de moverse y, con el paso de los años y el trabajo constante –otra de sus múltiples cualidades–, aquella chiquilla vivaracha ha ido logrando cada una de sus metas, alcanzando no solo la cátedra con una edad que raya la insolencia, sino también convirtiéndose en uno de los referentes nacionales en cuanto al estudio diacrónico de la lengua española.

Desde mi atalaya, me gusta seguir sus pasos a través de la página nosolodeyod, donde no solo aprendo multitud de cosas nuevas, sino que también accedo a sus colaboraciones periodísticas y a sus cada vez más numerosas incursiones radiotelevisivas. Igualmente, leyendo el blog me alegro al comprobar cómo Lola está consiguiendo algo que hasta hace poco tiempo parecía una quimera: popularizar el estudio de la lengua  y transmitir el conocimiento filológico a toda clase de públicos. No en vano, algo de esto ya se presagiaba, cuando hace tres o cuatro años, en Estado crítico, di en caracterizar a la autora de Una lengua muy larga como una moderna Mary Poppins capaz de dulcificar con sus píldoras lingüísticas el árido terreno de la teoría filológica.

Ahora que, como suerte de una continuación de aquella primera entrega, llega a mis manos El árbol de la lengua (hermosísima variación en su título de la novela barojiana), no puedo menos que acusar recibo del volumen con idéntica sensación de alegría y orgullo. Y rápidamente me introduzco en el libro de la mano de la doctora Pons, atendiendo a la bella metáfora del árbol que desarrolla en su prólogo –porque “la lengua es un árbol y su fruto la palabra”– y recorriendo con deleite cada uno de los apartados en que, a modo de capítulos, se distribuye esta “cosecha de sesenta y nueve textos que desde el verano de 2017 al invierno de 2019 he ido publicando en distintos medios periodísticos españoles”: “Bosques y árboles” (en torno al concepto de lengua y dialecto), “El sonido de los árboles” (sobre pronunciación y ortografía), “Árboles gramaticales” (morfología y sintaxis del español), “La frondosidad del vocabulario” (léxico de nuestra lengua), “Semillas que crecen” (sobre la adquisición de las lenguas), “El árbol de la ciencia” (textos que ilustran la historia y modernidad del lenguaje científico), “Viejos y nuevos terrenos” (relaciones entre el español de España y de América), “Raíces de mi árbol” (textos relacionados con el andaluz y su evolución más allá de nuestras fronteras), “Mujeres bajo el árbol” (sobre las mujeres como hablantes), “A la fresca sombra” (acerca de la historia de palabras estivales españolas), “El árbol del dinero” (sobre el lenguaje de la economía) y “El árbol de Navidad” (investigando textos, nombres y las palabras del fin de un año).

A su término, este extraordinario ramillete teórico se completa con un apéndice en el que la autora pone a prueba los conocimientos adquiridos por el lector con una batería de actividades de diversa naturaleza, realzando así la finalidad didáctica que alienta la obra, aspecto este que, sin duda, sabrán agradecer aquellos profesores que se animen a implementar este “árbol de la lengua” como complemento a sus clases de secundaria, de bachillerato o, incluso, de adquisición de un segundo idioma.

Mas, regresando por nuestros pasos hasta la senda principal, el paseo por esta variada floresta hace recordar viejas impresiones que regresan y se definen nuevamente, porque leer a Lola es conversar con ella y, al mismo tiempo, convertirse en un alumno que aprende sin apenas ser consciente de ello. Y esta conversación puede discurrir desde lo intrascendente a lo más específico con la naturalidad que le da la magnífica prosa de una especialista que sabe despojar su discurso de la pedantería y de los dogmatismos en que suelen caer frecuentemente aquellos que se dedican a abordar determinados temas muy especializados.

No ocurre así en El árbol de la lengua, donde el lector pasará, sin sensación de violenta discontinuidad, de los boleros de Luis Miguel a la explicación del leísmo, del Black Friday a la distinción de las dos formas del paradigma verbal correspondientes al pretérito imperfecto de subjuntivo, de Mecano al Cantar de Mío Cid, del Día Internacional de los Trabajadores al uso del pronombre relativo cuyo, de la listeriosis al fenómeno fonético de la anaptixis, del Malamente de Rosalía a la reivindicación del acento andaluz en el habla cotidiana de nuestros más acomplejados paisanos… y todo ello sin prescindir de una pizca de acíbar cuando la argumentación traspasa algunos asuntos que con sobrados merecimientos alcanzan el meridiano de la crítica abierta. Aquí, para muestra, un botón:

Ha de recordar quien ocupe un escaño que ese asiento se pensó para varios, que estaba pensado para compartir, para trabajar codo con codo. Los anunciados y nunca logrados acuerdos de Estado en materias muy sensibles (inevitablemente pienso en el desconcierto de las leyes de educación) solo se logran si quienes ocupan un escaño empiezan a pensar que su asiento individual es, por etimología de la palabra pero sobre todo por lo que implica ser político, un asiento para compartir; que si hablamos de escaño es porque quien tiene un asiento en las Cortes Generales no ha de comportarse como sentado en poltrona o en silla individual, sino en el puesto que nuestros hablantes de otro tiempo usaron para compartir ideas ante el fuego.

Y como ante el fuego del hogar familiar me he sentido discurriendo por las diáfanas veredas que son cada una de las páginas de este volumen –¿de verdad han pasado tantos años?–, dialogando con su autora, comprobando cómo, a pesar del tiempo transcurrido, las ganas y las ilusiones continúan intactas ya que, aunque no hemos logrado cambiar el mundo, el mundo no ha logrado tampoco transformarnos a nosotros, que permanecemos aquí, firmes, a pie quieto, librando cruenta batalla desde las trincheras de la Filología. Así que con esta reseña te doy gracias, Lola; por los deliciosos momentos compartidos contigo a través de tu libro, y por enarbolar siempre con esa infatigable energía el banderín de enganche del estudio de nuestra lengua madre, explicando en moderno román paladino su belleza a tantas personas que no sabrían apreciarla sin tu encomiable esfuerzo.

Mas, aun a riesgo de fastidiarlo todo en el párrafo de recapitulación, me es imposible reservarme ante los lectores la confesión de un íntimo secreto final, buscando en ellos mi absolución. Porque llegado a este punto, he de decir que mi grado de admiración por Lola corre paralelo a la envidia –totalmente malsana, por supuesto– que me suscitan todos sus escritos. (¿Cómo eres capaz de conseguir explicar todo de manera tan sencilla y natural?). Mi única esperanza es que algún día se apiade de mí y me revele la fórmula magistral de sus “píldoras de azúcar”,… que la envidia es pecado mortal y el Infierno –“de donde también deriva la palabra inferior”– no debe de ser plato de buen gusto.

El árbol de la lengua (Arpa. 2020) | Lola Pons | 320 páginas | 19,90 euros

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