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Hablando con don Antonio, el bueno

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RAFAEL ROBLAS CARIDE | Cuando el pasado 30 de abril publicaba en este mismo blog la reseña “La voz repetida de Lorca” sobre un volumen recopilatorio de entrevistas lorquianas, concluía mi análisis con un deseo personal: que las editoriales fueran capaces de ampliar a más autores obras de similar naturaleza. Como los deseos a veces se cumplen, hoy acuso recibo de un curiosísimo –y me temo que minoritario- opúsculo encontrado en una librería almeriense: Antonio Machado. Caminos sobre la mar, o lo que es lo mismo, el compendio de las entrevistas realizadas en vida al celebérrimo autor de Campos de Castilla. Estamos, pues, de enhorabuena.

Aprovecho -como bien nacido que es uno- el espacio que me facilita Estado Crítico para felicitar a Confluencias editorial la creación de esta colección “Conversaciones”, en cuyo índice también se incluye ahora el presente volumen, uniéndose así a otros títulos anteriores que giraron en torno a personajes tan dispares como Akira Kurosawa, Steve Jobs, Luis Buñuel, Marilyn Monroe, Walt Disney o el mismo Lorca. Y, por otro lado, cómo no, al poeta malagueño Rafael Inglada que, como bien reza en la solapa del libro, ha recopilado “las dieciocho entrevistas en prensa que conocemos hasta la fecha de Antonio Machado, extraídas, excepto alguna salvedad que indicamos, de las fuentes originales […]”. El librito –permítanme que lo llame así por su pequeño formato- se completa brillantemente con un “álbum de fotos”, del que forma parte una selección de fotografías en blanco y negro de gran curiosidad e interés.

No obstante, y como puede esperarse, la importancia de las entrevistas oscila entre lo meramente anecdótico y la reflexión profunda, destacándose algunos perfiles sobre otros que quedan más difusos en lo lejano. Me quedo con el Machado que contesta en 1920 a Cipriano Rivas Cherif sobre la naturaleza del Arte, perfilando toda una poética machadiana que, no por conocida, pasa de moda:

“[…] hoy, como ayer, sostengo que existen dos categorías de artistas: la primera esencialmente creadora, original, inventiva, que transforma en arte lo que no es arte, como la abeja hace miel del jugo de las plantas; y una segunda categoría de artistas, que liba en la miel y no en el campo, y que somete a una segunda elaboración los productos ya elaborados por el Arte […]. Si vino la primavera / volad a las flores; / no chupéis la cera”.

O bien con sus impresiones ante la “nueva juventud española”, al responder en 1929 a una encuesta realizada por La Gaceta Literaria; interesante opinión de un maestro sobre la Generación del 27

“Y ahora: ¿qué me parece la obra literaria de esta juventud? Muy juvenil, tal vez demasiado, y desde luego, mucho más actual que fue la nuestra. Quiero decir que está en la corriente general del arte más que lo estuvo la de sus predecesores. Ninguno de nuestros jóvenes representativos parece haber puesto su reloj en el meridiano de su pueblo. Su hora aspira a ser mundial. Carece de la superstición de lo castizo, y buena parte de su producción pudiera, sin mengua, traducirse al esperanto”.

O también con sus intuiciones –culturales o vitales-, ante el presagio del drama que se aproximaba, y que fueron expresadas en 1934 al diario El Sol de Madrid:

“El poeta –dice D. Antonio- pretende ocuparse de cosas no actuales, que son eternas, que quizá no existen; pero por lo menos son una ilusión de todos los tiempos. No creo yo que sean poetas los que vean las cosas antes, sino después. […] La poesía jamás podrá tener un fin político, y en general, el arte. No puede haber un arte proletario ni un arte fascista”.

Aunque, finalmente y por no cansar, me gustaría destacar esa silueta de un patriótico Machado, recortada sobre un fondo de jazmines, rosales y limoneros –tan cercanos a su niñez- en el jardín del bello chalet del destierro valenciano de Rocafort. Las palabras aún resuenan en Voz de Madrid, apenas cuatro meses antes de su en Collioure:

“Jamás –nos dice- he trabajado tanto como ahora. De ser un espectador de la política, he pasado a ser un actor apasionado. Y el motivo que me ha hecho, a mis años, saltar a este plano, ha sido el de la invasión a mi patria. ¡España, mi España, a punto de ser convertida en una colonia italiana o alemana…! La sola posibilidad de hecho semejante hace vibrar todos mis nervios y conduce mi pluma sobre las cuartillas, despertando energías insospechadas y rebeldías que creí apagadas para siempre. No. No puede ser y no será. A España no se la domina. Mucho menos por complacer a un puñado de traidores…”

Son solo cuatro estampas minúsculas que he recortado de entre esas ciento cincuenta páginas que conforman el libro de entrevistas. Atrás quedan más pensamientos, reflexiones, anécdotas, versos y curiosidades que el lector podrá escarabujear a su completo gusto. Por cierto, no sé si sabrán que la primera referencia pública del poeta data del 13 de agosto de 1888, cuando el diario La Justicia de Madrid anuncia la lista de aquellos lectores que se ofrecían a sufragar los gastos de la acción popular interpuesta por la Prensa española en relación con el famosísimo crimen de la calle Fuencarral. En ella se especifica que un jovencísimo Antonio Machado aporta una peseta con cincuenta céntimos, al igual que su padre y sus hermanos José, Joaquín y Francisco.

Al igual, que curiosa es tanto la desconfianza como el desparpajo mostrados en la contestación a una encuesta preparada por González Ruano que trataba de investigar a qué habían dedicado diversas personalidades españolas su tiempo durante la primera mañana de 1929 (El imparcial, Madrid, 2 de enero de 1929):

“Pues no he escrito una línea. Se me pasan muchos días así. Lo primero que he hecho en esta mañana ha sido venir a este bar a tomar café. Lo segundo, contestar a usted. ¿Va usted a falsear algo”.

O -y ya finalizo, de verdad- la contestación dada en verso a otra absurda encuesta publicada en Gutiérrez de 1 de noviembre de 1930 que invitaba a reflexionar sobre ¿Qué haría usted si le pegasen un tiro por la espalda?:

“Un tiro por la espalda…

Así quiero morir;

Sin enterarme: Igual que

nací”.

En definitiva, que, distinguiendo machadianamente “las voces de los ecos”, tanto los amantes de la literatura, en general, como los críticos, en particular, debemos alegrarnos de que Rafael Inglada -y con él Confluencias editorial– se hayan apuntado este tanto, completando así un hueco bibliográfico necesario en el estudio de todo autor de renombre. Mas no podemos quedarnos aquí, complacidos por la resonancia de tan necesario aplauso. ¿Y ahora quién será el próximo? Como siempre, las editoriales tienen la palabra.

Antonio Machado. Caminos sobre la mar | Edición de Rafael Inglada (Confluencias Editorial, 2017) | 150 páginas | 12 euros.

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