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La verdad y el poeta

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VICTORIA LEÓN | «No se trata de decir cosas chocantes, sino de decir la verdad sencillamente, la mayor verdad y del modo más claro posible y más directo». Con esa cita de Juan Ramón Jiménez se abren estas poesías completas de Javier Salvago (Paradas, 1950), uno de los mejores poetas de su generación, aunque quizá también, en muchos sentidos, uno de los más ocultos e invisibles. Inevitable peaje para quien apenas ha frecuentado la vida literaria ni académica de las últimas décadas y quien entiende que escribir poesía no es otra cosa que un exigente compromiso de coherencia consigo mismo que nada tiene que ver con poses, modas ni meditadas estrategias para garantizarse un pedestal futuro en la caprichosa posteridad. Alguien que concibe el hecho de escribir como pura necesidad interior y, sobre todo, como una forma de irse deshaciendo de vanidades y autoengaños y asumir la propia identidad con sus aciertos, sus errores y aun sus reincidencias.

Solitario y genuino heredero de la extinta y auténtica bohemia, pocos poetas contemporáneos han tenido una visión tan clara de la creación de poesía como oficio total, como exigente camino de autoconocimiento que consiste, como proponía la famosa máxima de Píndaro, en llegar a ser el que se es. Y muy pocos también han parecido quitarle tanta importancia a su papel, lejos de cualquier complacencia en la figura del poeta como ser excepcional. “Con el yo de mi canción / no te excluyo, compañero; / tú eres ese yo”, dicen unos versos suyos. Pero a esa clase de labor, desde la modestia y el silencio, Salvago ha dedicado su vida con la pasión y la entrega que exige toda vocación auténtica y profunda. Una trayectoria que no por silenciosa le ha impedido merecer, por su propia calidad y por el magisterio ejercido en tantos poetas de las dos generaciones inmediatas, uno de esos lugares reservados por la historia literaria a quienes han sabido dejar huella indeleble en su propia tradición.

Siendo desde sus inicios uno de los protagonistas del proceso de renovación del lenguaje poético de signo clasicista y figurativo que se produjo en la poesía española de finales de los setenta y principios de los ochenta, Javier Salvago se ha mantenido a lo largo de los años fiel a su propia voz, tan suya como heredera de Bécquer y los Machado, de la escuela sevillana del siglo de Oro y de la tradición más estilizada y sobria de la poesía popular.

Excluidos un primer libro juvenil que el autor descartó hace ya mucho, Canciones del amor amargo (1977), y una decena de poemas de sus libros posteriores que ha decidido eliminar aquí, estas poesías completas actualizadas más de veinte años después de las primeras recogen una trayectoria que alcanza nueve títulos. Se inicia con La destrucción o el humor (1980), un libro cuya provocadora ironía sentaba  las bases de una poética basada en la depuración de una retórica que lleva en su mismo corazón la tierra fértil de las cenizas del modernismo. La vemos madurar y modularse lentamente a lo largo de los dos siguiente libros. En la perfecta la edad (1982) deja entrever modelos aprendidos lo mismo en los Poemas póstumos de Gil de Biedma que en El mal poema de Manuel Machado y hace bascular entre Bécquer y Campoamor una personalísima poesía experiencial y reflexiva que se adentra en una madurez escéptica y desengañada. En Variaciones y reincidencias (1985), un Salvago cada vez más elegíaco que mucho debe a los simbolistas franceses comienza a regresar con insistencia a la juventud y a la infancia como paraíso perdido, acaso el tema central de su obra poética, en contraste con la prosa y el cansancio de la vida adulta; esa vida que teje imposturas mientras ensaya inútiles y falsos elixires de juventud que solo saben a amargura y tedio: (“Estoy cansado de zurcir / cada mañana este disfraz / de hijo de un tiempo que no da / -aunque se estire- más de sí. // Estoy cansado de seguir / sin ilusión tras el cristal / del desencanto existencial / socio-político y viril”). Volverlo a intentar (1989) inaugura una indiscutible plenitud del poeta que se afianza en Los mejores años (1991), donde los primeros tintes melancólicos del crepúsculo vital bañan unos poemas narrativos y evocadores, de dicción demorada, que encuentran su forma más perfecta e inimitable en Ulises (1996), libro al que da título un extenso poema narrativo, de los más ambiciosos y logrados del autor, que se sirve con éxito del pareado alejandrino para pintar del natural las grisuras y monotonías de la vida urbana. Y no en vano una de las señas de identidad de Salvago ha sido siempre la de haber cultivado con virtuosismo singular una variedad de metros que abarca desde los moldes más modestos y aparentemente sencillos de la poesía popular al haiku, la tanka, el soneto, la sextina y otras formas complejas de toda índole perfectamente naturalizadas en el lenguaje conversacional.

Paradójicamente, en aquel momento de auge y dominio de su maestría poética, Salvago se sumió en un periodo de silencio que duró alrededor de quince años tras la aparición de la primera edición de sus obras completas hasta 1997. Regresaría con Nada importa nada (2011), un libro impecable, acaso el más perfecto y equilibrado de su trayectoria, que entronca directamente con su obra anterior, partiendo de un marcado estoicismo y de una visión determinista de la existencia, para volver la vista atrás y contemplar con distancia el camino recorrido. En su siguiente poemario, Una mala vida la tiene cualquiera (2014), la distancia con el mundo se hace psicológicamente cada vez más acusada, y desde el punto de vista estético destaca un espíritu sentencioso y casi aforístico que preside poemas por lo general breves y más desnudos que nunca, donde el tono se vuelve en bastantes ocasiones bronco, a veces incluso descarnado; algunos dirían que bordeando el llamado “realismo sucio”, aun sin abandonar la voz inconfundible e individual. Lo poético se coloca en un papel deliberadamente secundario. Pero en los últimos poemas inéditos que, bajo el título de “La vejez del poeta” se recogen aquí, advertimos, con todo, un regreso del Salvago de poemas de más largo aliento de otros tiempos que, con el tono sereno de quien está habituado a enfrentarse sin edulcorantes a sí mismo y a la realidad, se despide de la poesía, da las gracias a la compañera de su vida o expresa su cansancio y su distanciamiento cada vez mayor de los asuntos del mundo.

Pese a su pesimismo cioranesco, el lector puede comprobar de principio a fin de este libro que la poesía humanísima y cordial de Salvago está hecha de un viejo amor a la vida, aunque sea con los restos del naufragio de una travesía de vuelta de un paraíso perdido: el de la juventud. Y verdad y vida son las metas a las que se dirige siempre su poesía, algo que explica a la perfección un poema como este “Aquí y ahora”, que vale por una auténtica poética:

No te engañes, lector. Si hablo de cosas

triviales, de inocentes experiencias,

si me encierro en el mapa de una vida

limitada y estrecha,

 

es porque estoy aquí y hasta que llegue

mi hora y me releven,

éste soy yo éste es mi tema.

 

No te engañes lector. No soy tan pobre

como aparento.

Yo también he visto

mi otro rostro, sin rostro, en un espejo

sin marco e infinito.

 

Llevada al extremo, la desliteraturización a veces absoluta que hallamos en algunos de sus versos más tardíos podrá parecer en mayor o menor medida un logro artístico al lector; pero lo que este no podrá poner en duda es que se trata del final de un camino de coherencia seguido hasta sus consecuencias últimas. Para el último Salvago, como para el primero, la poesía sigue siendo esa batalla perdida de antemano contra el mundo que, a pesar de todo, él sigue librando cada día. Aunque signifique: “Ver que a nadie le importa / después de tantos años / lo que a ti te importaba, / hasta ayer mismo, tanto”.

“Este es el libro de poemas que me ha ocupado, con los periodos de silencio incluidos, los últimos cuarenta años de mi vida”, nos dice el poeta en la nota introductoria. Uno de esos raros libros tan llenos de verdad y de poesía (añadimos nosotros) que contienen páginas que nunca envejecerán.

Variaciones y reincidencias (Poesía 1978-2018) (Renacimiento, 2019)|  Javier Salvago | 336 páginas | 21.90 €

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