FRAN G. MATUTE | La otra noche, charlando con Manuel Vilas sobre (cómo no) Lou Reed, salió a colación la estrecha relación musical que mantuvo el neoyorquino con David Bowie, el cual, como muchos sabréis, le produjo el mítico álbum Transformer (1972), que fue el que resucitó su carrera discográfica. Los allí presentes, entre los que se encontraban los también escritores Sara Mesa y Javier Mije, comenzamos a fantasear con eso de que te produjera un disco un artista tan enorme como Bowie, intentando trasladar la jugada al mundo de la literatura en España: molaría ver un libro de cuentos “producido”, por ejemplo, por Eloy Tizón o Hipólito G. Navarro, decíamos. Pero la broma no daba más de sí, la verdad, porque en el fondo ninguno terminaba de visualizar muy bien en qué podía consistir eso de que un escritor “produjera” el libro de otro. En fin, las típicas chorradas que se dicen con un gintónic en la mano.
Sin embargo, a los pocos días de aquello me desayuné con la noticia de que la editorial Cabaret Voltaire iba a rescatar Amor por un puñado de pelos (1967), de Mohamed Mrabet, un libro que atesoro desde hace muchísimo tiempo y que resultaba prácticamente inencontrable. Hasta ahora. La editorial Anagrama lo editó en 1982, y salvo alguna que otra reedición, la novela de Mrabet parecía haber caído en el olvido, siendo una pena esto porque se trata de un texto histórico, uno de los primeros títulos de la literatura marroquí que llegó a Occidente, cuando Marruecos era el destino exótico por excelencia, gracias sobre todo a Paul Bowles que, una vez puesto el huevo en Tánger a finales de la década de 1940, se dedicó a hacer de mecenas entre los escritores del lugar. Justo es, por tanto, reconocerle a Bowles el que hiciera de Bowie, pues el ya citado Amor por un puñado de pelos es un libro que, de una forma u otra, fue “producido” por él.
Ahora bien, históricamente, la labor de un productor musical siempre ha quedado en un segundo plano, salvo que se sea, por ejemplo, Phil Spector, que argumentaba que su “muro de sonido” (como así denominaba a sus producciones) otorgaba a las grabaciones un elemento adicional de autoría. Y esto es cierto: sea la composición de quien sea, la cante quien la cante, si está producida por Spector, eso se nota. Por este motivo, Spector solía exigir a los compositores que incluyeran su nombre en los créditos de la canción, hubiera o no participado en su composición, y de este modo el muchacho cobraba royalties cada vez que el tema sonaba por la radio. Algo así debió de pensar Paul Bowles al publicarse este Amor por un puñado de pelos, pues terminó adjudicándose la coautoría del mismo cuando, en el fondo, lo único que había hecho (que no era poco) era mostrar su interés por el relato, ponerle a Mrabet una grabadora por delante, y transcribir luego al inglés lo allí narrado.
¿Y qué tenía el relato de Mrabet para que llamara tanto la atención a Paul Bowles? Lo explicaba perfectamente Juan Goytisolo en el prólogo que acompañaba la edición publicada por Anagrama (un prólogo que por desgracia ahora desaparece), en el que se destacaba la mezcla de fantasía y realidad que impregna esta historia de amor entre dos jóvenes marcada por hechizos y conjuros. Pero no, esto no es la enésima versión de Las mil y unas noches, porque para cualquier conocedor de la sociedad marroquí, escribía Goytisolo, “el clima mágico que envuelve los actos y sentimientos de los personajes no tiene nada de sorprendente ni extraordinario. Según la creencia popular los filtros y maleficios son responsables del estado de los locos y perturbados que vagan por las calles y hablan a solas.” De esta forma, en Marruecos, lo mágico se confunde con la realidad. Los locos son, de hecho, un claro ejemplo de lo anterior. En ellos conviven ambos mundos. Los locos, de los que tantas veces se ocupó Mohamed Chukri en su obra, el otro gran autor marroquí “producido” por Bowles.
Curiosamente, El loco de las rosas (1978) se titula su colección de relatos más importante, inexplicablemente inédita en castellano hasta la fecha, y que por fortuna también acaba de rescatar Cabaret Voltaire. Se trata quizás de la gran pieza que nos faltaba de la narrativa de Chukri, una vez recuperada su trilogía autobiográfica de la que en Estado Crítico hemos dado buena cuenta. En esta colección podemos encontrar los primeros textos escritos por Chukri, como el impactante “Violencia en la playa” (1966), que fue el primero que publicó y el primero que le enseñó a Bowles, al poco de comenzar a colaborar con Mrabet. Desde un punto de vista histórico, estos relatos de Chukri permiten también al lector comprender mejor la evolución como escritor del marroquí. Ha de tenerse en cuenta que al publicarse en 1978, El loco de las rosas fue verdaderamente el primer libro que se pudo leer en Marruecos de Chukri, pues El pan a secas (1973) estuvo censurado hasta no hace mucho. De esta forma, el Chukri más literato, el narrador de las historias de terceros, lamentablemente el más desconocido, cobra de repente mayor protagonismo, no solo por la fuerza de sus historias (aquí se encuentran algunos de sus textos más sórdidos) sino por la posibilidad de contrastar su innegable destreza literaria.
Si la traducción de los relatos de Chukri son una celebración, pues ayudan a completar de alguna forma su ‘corpus’ literario, la recuperación de la obra de Mrabet se presenta casi necesaria, por tratarse de un autor hoy día olvidado que también merece formar parte del parnaso de la literatura marroquí “transcrita” por Bowles, que es como ahora se identifican (correctamente) sus labores de “producción”. Dicho lo cual, y puestos ya en modo escrupulosos, recordemos que Transformer también lo produjo Mick Ronson, el que entonces fuera guitarrista de Bowie, y a él le debe Lou Reed buena parte del éxito. Y ahora sí, ahora que está todo en su sitio…
Amor por un puñado de pelos (Cabaret Voltaire, 2015), de Mohamed Mrabet | 224 páginas | 18,95 € | Traducción de Ángela Pérez y José Manuel Álvarez Flórez | Transcrito por Paul Bowles
El loco de las rosas (Cabaret Voltaire, 2015), de Mohamed Chukri | 192 páginas | 17,95 € | Traducción de Rajae Boumediane El Metni
¡Qué reseña tan especial!
«Yo allí, tomando copas con Granvilas y tal, y jiji y jaja». ¿Pero esto que éh?
Una perversión absoluta, querido Modafaca: el acabose, el armagedón…