ANTONIO RIVERO TARAVILLO | Daría este libro para mucho en un debate sobre el género autobiográfico o el diarismo, que suele manifestarse en textos en prosa. En Poema, Rafael Argullol ha volcado una especie de dietario poético consignado sin faltar una jornada a lo largo de tres años (del 1 de enero de 2012 al 1 de enero de 2015). Digo poético, y no en verso, pues aunque la distribución sea en líneas cortadas como corresponde habitualmente a la poesía, estas se han escrito eludiendo las características musicales que forman parte del género y como a la buena de Dios, al desgaire, con escasos renglones asimilables a la métrica e incluso con asonancias molestas que la mayoría de los poetas habrían limado o eliminado. Esto, que podría ser un defecto, es sin embargo un elemento muy interesante y discutible (en el sentido de debatible): la casi total ausencia de ritmo, o la sustitución de la prosodia por la música del pensamiento, ¿adónde lleva?, ¿hace eso que el poema sea menos poema o, liberándolo, le quita el previsible sonsonete, lo mecánico, lo que a fuerza de cuadrar sílabas y acentos a veces descuadra las ideas y las convierte en subalternas? Cierto es que ocasionalmente hay aquí algunas anáforas y epíforas y un puñado largo de páginas se rematan con endecasílabos. Pero todas parecen haberse escrito sin escandir y con las más mínimas correcciones.
Autor en varios géneros (fue Premio Nadal de novela, por ejemplo), no es desde luego el primer libro de poesía que publica Argullol: ya antes había dado a la imprenta Disturbios del conocimiento (1980), Duelo en el Valle de la Muerte (1986), El afilador de cuchillos (1999) o El poema de la serpiente (2010). Con mucho pensamiento y un gran vigor intelectual, más un peso moral que lo emparenta, grave, con poetas como Cernuda, una y otra vez se dan aquí encuentros con Caronte, el barquero de la Muerte, y también con ella misma, Ella. Hay asimismo visitas a la madre anciana, noticia de sueños, moderada ingesta de buen vino, viajes, muchos viajes –Argullol es el autor de Territorio del nómada (1986)–, reflexiones sobre la actualidad, recuerdos de infancia, meditaciones filosóficas, sentenciosidad esculpida en el mármol del aire con un buril ligero pero de gran precisión. Se cuentan por encima de la centena las páginas memorables (aunque no contribuya a ello lo deslavazado de la dicción o, veámoslo en positivo, su naturalidad). Todas las partes integrantes de este Poema (cuyo singular en el título ya parece reivindicar el carácter de texto unitario), las más de mil teselas del mosaico, en fin, vienen encabezadas por la fecha respectiva (poetas como Miguel d’Ors o Eloy Sánchez Rosillo datan también siempre sus poemas, pero aportan el dato solo como información complementaria), sin título alguno, y carecen de separación estrófica, oscilan entre los muy pocos versos y la treintena y se abstienen de divagaciones y palabrería. Muchos de ellos tienen una arquitectura de reflejos, como esos palacios indios que se copian en sus lagos; por ejemplo, en este de tema mitológico (hay no pocos de esta índole en el conjunto) fechado el 14-XII-2014: “He encontrado la salida al laberinto: / estoy contento porque ahora / viviré a campo abierto. / He encontrado la entrada al laberinto: / estoy contento porque ahora / descubriré qué hay en su interior. / A veces necesitamos la monstruosidad del Minotauro; / a veces, la cálida sonrisa de Ariadna.”
Hay, en efecto, mucho estoicismo y sabiduría de la Antigüedad, incluso una serenidad y aceptación que no es ya meramente latina o griega, sino de la manifestada por ejemplo en esta especie de glosa de la Bhagavad Gita aplicada a la conducta personal: “La pregunta mil veces repetida: / ¿por qué lo haces / si es contrario a lo que opina la mayoría? / No cambiarás nada / ni sacarás ningún provecho de ello. / No lo hago para sacar provecho / ni para cambiar nada. / Lo hago por las mismas razones / por las que Krishna, el azul, / aconsejó actuar a Arjuna. / Porque tengo que hacerlo y por mí mismo. / Ante esto, reconócelo, / la mayoría no cuenta.” Por cierto, que el protagonista de Poema no cree en el Dios con mayúsculas sino solo en dioses transitorios.
Bastantes fragmentos (o poemas, si les otorgamos la consideración de composiciones exentas) parecen epigramas, como este de 12-VII-2103: “Los cobardes hablan siempre / de lo que hubiese podido ser. ¡Amigo, no lo fue / precisamente por tu cobardía.” Y no pocos de ellos, en los que alienta materia histórica, recuerdan a los de Cavafis, con su pequeña narración y la lección que se extrae de ella. Y hablando de Cavafis: la sensación se acentúa a veces cuando parece, que es casi siempre, que estamos ante poemas traducidos; excelentes poemas traducidos de los que se ha perdido algo irreparable: el ritmo (que en poesía no es solo cáscara sino parte integral del fruto). Supera Argullol casi siempre el riesgo de quedar demasiado cerca de la autoayuda; pero para ello hubiera sido más conveniente, en mi opinión, ceñirse a la métrica con el objeto de ser más rotundo, o redondo, y evitar la semejanza con la prosa cortada por un capricho tipográfico (“Tengo frío en el corazón. / Sin embargo, no me puedo permitir / quedarme helado. / Deseo sentir la calidez / de los placeres venideros. / Y voy a conseguirlo.”).
No querría que las alusiones a la falta de musicalidad de Poema hicieran creer que se trata de un libro fallido o deficiente; al contrario, cada dos por tres destella la inteligencia, el ejemplo ético, la emoción sin adornos, la alta hondura. No cansa, pese a su extensión; siempre enseña y alecciona sin aspavientos. Bien seleccionado, su antología constituiría uno de los libros que más placer y provecho procurarían a un lector no habitual de poesía; traducido, uno de los que mejor se pueden exportar a otras lenguas.
Publicado en Clarín
Poema (Acantilado, 2017), de Rafael Argullol | 1.136 páginas | 29 euros