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Señas de identidad

portada_fabula_javier-vela_201612011317JOSÉ MARTÍNEZ ROS | El gaditano nacido en Madrid Javier Vela (1981) ya reúne una obra lírica lo bastante extensa para advertir en ella tanto una evolución como unas señas de identidad.

Javier Vela se dio a conocer gracias al longevo premio Adonais, que ha descubierto a buena parte de lo mejor de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI. La hora del crepúsculo, editado por Rialp, es, como casi todos los primeros libros, una combinación de lecturas previas y un primer atisbo de su genuina personalidad poética. Se aprecia la palabra heredada de grandes poetas de generaciones previas como Miguel Froilán, Antonio Colinas o Claudio Rodríguez; de ellos toma un tono elevado, simbólico y trascendente al servicio de una visión iniciática del amor y la mortalidad, los dos ejes de la condición humana. (El autor de esta reseña sabe que antes había publicado Aún es tarde, editado por la Diputación de Cádiz, pero, lamentablemente, no ha podido revisarlo a tiempo y reconoce que ha hecho trampa prescindiendo de él).

Después, llegaría Increado, el mundo (Algaida, 2005), ambicioso retablo telúrico que incorpora la influencia nerudiana. Esta etapa primigenia marcada por un tono transcendental de raíces románticas alcanzó su punto más alto con Tiempo adentro (Acantilado, 2006), título en el que también se detecta un desnudamiento expresivo que señalará el camino a seguir para sus siguientes libros. Como en la mayor parte de los poetas dignos de ese título, en el caso de Javier Vela el paso del tiempo, la progresiva madurez de su escritura, implica tanto una mayor ligereza como una creciente profundidad de sus textos. Al desprenderse de una retórica heredada, el autor adquiere, con un mayor dominio de sus propios recursos,  una simbología personal y un desarrollo más fluido.

Esto es lo que ocurrirá en Imaginario (Visor, 2009, Premio Loewe a la Joven Creación), uno de los mejores libros de la reciente lírica española. La poesía de Javier Vela se adentra en nuevos caminos: en primer lugar, conquista la realidad cotidiana. Las imágenes, sin perder su brillo metafórico, descienden hacia el presente histórico y mundano que habita el poeta. El tono se hace más tenso, elíptico e intelectual, lo que incrementa su capacidad de sugerencia, su resonancia imaginativa. Los poemas retoman mitos y motivos clásicos captados con esa misma naturalidad que los renueva y rehace a ojos del lector. Otra parcela que añade a su arsenal expresivo es la ironía, el humor, visible en poemas como “Mi perro, Bruno, yo”. Esa libertad  y desenfado tendrá continuación en dos libros que exploran a fondo sus posibilidades. Ofelia y otras lunas (Hiperión, 2012), es el reverso oscuro, un dilatado monólogo interior en verso libre, con ecos de Eliot y Laforgue, donde cobra importancia la visión moral y crítica (y autocrítica) del autor, partido entre un presente melancólico y rutinario y las reminiscencias, las chispas de luz, de un paraíso perdido. El lado solar de esta etapa será Hotel Origen (Pre-Textos, 2015), quizás la obra maestra de Vela: un conjunto de poemas amorosos, breves, perfectos, felices y extáticos, atentos tanto a los hechos efímeros como la dimensión metafísica de una pasión capaz de justificar el conjunto de la existencia.

Su nuevo libro, Fábula, publicado por la Fundación José Manuel Lara, representa la culminación de esa trayectoria previa y un avance de la dirección que puede tomar en un futuro próximo. En este sentido, podemos entenderlo como Tiempo adentro, un libro-bisagra, un fin y un nuevo inicio. Tenemos una prolongación del discurso amoroso de Hotel Origen en la sección titulada «En el país de Amara»; el paisajismo mítico de «El sur» nos conduce a las páginas de «Imaginario», aunque tal vez con una mayor distancia crítica; y la oscuridad de los poemas de Retrato de familia (como el generacional “Pequeñas sediciones”) nos trae de vuelta el universo de Ofelia y otras lunas, aún más ruinoso en un periodo de crisis cuya nota más característica es la inautenticidad de las relaciones sociales. Pero también abundan las novedades: hay numerosos poemas en prosa junto a los escritos en una métrica convencional; por primera vez el poeta se acoge a máscaras de ficción procedentes de la cultura pop (así en “Lock sale de la isla” o el espléndio “Visión en Roca Casterly”). El libro resume el mundo poético de Javier Vela, un compendio de algo que, por supuesto, no dejará de crecer en el futuro. Y es la obra de un poeta plenamente dueño de sus recursos que hace que, al leerlo -una de las características de la gran literatura-, nos parezca que, en cualquiera de estos poemas, ha elegido la palabra más adecuada, la construcción verbal más certera, la única metáfora posible.

«Punta Camarinal»

El panteón rocoso en que descansan los huesos de la tarde despliega ante nosotros su ondeante energía.

            Piso la arena limpia del otoño.

            El mar, lento de olas, anega nuestros ojos con un dulce retardo, en tanto que una barca, indiferente al ánimo del hombre, oscila a la deriva.

            Miro vivir a mis contemporáneos mientras son perforados por el anzuelo inmóvil de la muerte, y soy uno de ellos. Sus historias se agitan en la danza luminosa del polvo,

            y el ser, vertiginoso, lleno de cicatrices, arde sobre la escoria original.

Fábula (Fundación José Manuel Lara, 2017) de Javier Vela | 80 páginas | 11,90 €

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