José M. López
3 DE ENERO DE 2014. No conozco a mi marido. Aprovecho este diario para confesarlo. Llevamos cerca de un año casados y creo que no sé quién es. En este tiempo, no he logrado perfilar todavía su forma de hablar o de pensar. Su comportamiento es imprevisible, y su carácter, del todo inestable. En ocasiones, permanece con la misma personalidad días, semanas o incluso meses, pero, una vez me voy acostumbrando a esa estabilidad, cambia de manera brusca y, zas, de nuevo parece que estoy conviviendo con alguien totalmente distinto. ¿Que cuál es el motivo de estos bruscos cambios de humor? Me costaron los primeros meses de matrimonio averiguarlo, pero hoy día no me cabe duda sobre cuáles son las causas de su camaleónica personalidad: sus lecturas.
Debo reconocerlo, no soy aficionada a leer. Por ello, me cuesta comprender la manera en que los libros pueden influir tan intensamente en la vida de mi marido. Y, temo admitirlo, creo que esa enfermiza tendencia a la mímesis que sufre al leer va a acabar con mi matrimonio. Y es que, sinceramente, no sé con quién estoy casada. Me persigue cada día el temor de que alguna de mis amigas me haga la típica encuesta de compatibilidad conyugal, porque creo que no podría hablar de mi esposo más allá de su número de móvil o su color de pelo. Llego a creer, a veces, que no tiene una personalidad propia, que su talante no existe, que es tan solo una multiplicidad de caracteres proveniente de los libros que lee. Pero, ¿habrá algo genuino por debajo de esas capas de literatura?, ¿existirá en él una identidad primigenia, nuclear, oculta tras sus lecturas? No lo sé y estoy cansada.
Cuando el libro que está leyendo en ese momento no le está impactando demasiado, su comportamiento es bastante normal, neutro podríamos decir. Actúa como un marido atento y educado. Creo que está ahora en ese estado. El libro que veo en su mesita de noche, El caso Collini, de un tal Ferdinand Von Schirach, sin entusiasmarle, debe ser bastante divertido y fácil de leer, ya que en dos tardes casi lo ha acabado. Eso sí, lleva varios días obsesionado con el tema del nazismo, y se pasa las horas investigando a una pareja de ancianos alemanes que vive cerca de nuestro bloque, a los que cree, me dice, sospechosos de haber pertenecido al gobierno de Hitler.
5 DE FEBRERO DE 2014. Mi marido se ha vuelto completamente loco. Hace unas semanas le dio por ponerme todas las noches películas de gánsteres, y, al poco tiempo, se puso a hablar a una velocidad de vértigo, coloquialmente pero como lo hacen en esas malditas películas americanas de detectives, estafadores y mujeres fatales. Que si el jodido lavavajillas no deja los platos limpios, que si demonios con la aspiradora que siempre se estropea. Este libro creo que le está gustando de verdad. La rata en llamas creo que se llama. Espero que lo acabe cuanto antes.
8 DE MARZO DE 2014. Mi marido se ha vuelto totalmente esquizofrénico. Está leyendo un libro llamado Baile de máscaras, y de tal manera le ha impactado que cada día parece interpretar el discurso que cada personaje emite en el poemario. Cada noche, sobre la mesa de camilla, se cree Góngora, Rimbaud o Freud, y emites monólogos poéticos anti belicistas o sobre temas filosóficos que me superan, la verdad, como la lucha eterna entre vida y poesía, la imposibilidad de captar la realidad a través del lenguaje. Me asusto, pero me alegra verle tan emocionado ante, como él dice, una voz poética joven, fresca e inteligente.
2 DE ABRIL DE 2014. Animado por la lectura de poetas jóvenes, ahora está ocupado con un mexicano llamado Alfredo Félix- Díaz, y, cómo no, ahora todo es que si la chinga de su madre, que si “órale” que si el potaje me quedó “repinche”. Pero su adhesión al libro no se ha limitado a su pintoresca forma de hablar. Su actitud ante mí, hacia todas las mujeres debería decir, ha cambiado. Ha adquirido una posición de inferioridad y victimismo hacia mí, y habla del sexo femenino como un mal inevitable para el hombre, como una tentación demoníaca a la que la fatalidad guía inexorablemente al varón. Hasta tal punto ha llegado, que no podemos salir con ningún matrimonio amigo. A las primeras de cambio suelta una perorata sobre la maldad intrínseca de la mujer y sobre los efectos perniciosos de la vida en pareja. Anoche mi amiga Sandra le tiró una copa de vino en la cara.
5 DE MAYO DE 2014. Estoy realmente preocupada. Mi marido lleva dos semanas encerrado en la buhardilla. No admite contacto con ningún ser humano. Según me cuenta, le ha embargado un sentido catastrófico de la vida y la existencia. Yo le paso la comida por debajo de la puerta. Una de las primeras tardes, mientras salía al baño, entré a limpiar y vi tirado en un rincón el odioso título detonador de su estado: El hombre aparece en el Holoceno (Max Frisch). Solo come sopa Minestrone, y ha empapelado la buhardilla con imágenes de una vieja enciclopedia, que le recuerdan datos tan absurdos, en mi opinión, como la fisiología de los primeros dinosaurios, los tipos de lluvia, o que el hombre aparece en el Holoceno. Anoche me permitió entrar y conseguí hablar con él, tenía la barba larga y sucia, pero hablaba con una limpieza que transmitía paz. Parecía lúcido, y reflexionó en voz alta sobre temas como el compromiso social, la omnipresencia de la muerte y, sobre todo, la preocupación por la propia identidad. Me temo que tardará en olvidar este libro.
1 DE JULIO DE 2014. El verano ha empezado tranquilo. Solemos trasladarnos a nuestra casa de la playa, y siempre tengo la esperanza de que alejarnos de la ciudad le hará bien. Los primeros días, mientras leía A este lado del paraíso, de F. Scott Fitzgerald, lo único que me incomodaba es que hablaba de una manera demasiado pedante a nuestras amistades veraniegas. Mientras nuestros amigos sacaban la lata de cerveza o abrían en Tupperware con tortilla, él insistía en tratar temas elevados como la música clásica o la ópera, a las que, por otro lado, nuca había sido aficionado. Finalmente, ha optado por, sombrilla en mano, alejarse del círculo de amigos, y desde la lejanía, yo noto, irritada, su mirada de superioridad sobre lo que él considera rebaño de populacho inculto.
15 DE JULIO DE 2014. Extrañamente, el cambio de libro no ha supuesto una variación radical en la personalidad de mi marido. Está leyendo, según me ha comentado, un libro de un tal Julian Barnes. Sigue hablando con elegancia, aunque, eso sí, de una manera lago más cercana y prosaica. Pero algo raro ha sucedido hoy: bajó a la ciudad y ha llegado esta tarde con un loro enjaulado y las obras completas de un tal Balzac. Que yo sepa nunca le han gustado las aves, ni he visto en su biblioteca ningún libro de ese escritor francés.
3 DE AGOSTO DE 2014. La locura, definitivamente, ha poseído a mi marido. Hace unos días empezó a extrañarme la forma en que se expresaba: frases larguísimas, sin pausas, entre las cuales apenas respiraba, expresiones muy recargadas pero rurales, como sudamericanas diría yo, frases, en definitiva, que nunca me había parecido escucharle antes. Este libro, me ha tenido que admitir después de insistirle, le está dejando una profunda huella, y su lectura, está confirmando, como siempre había pensando, la idea de que su autor recientemente fallecido es uno de los maestros incontestables de la narrativa del pasado siglo. Como digo, ha entrado en una especie de enajenación mental, se cree un viejo dictador de un país caribeño, y lo que es más sorprendente, antes de dormir, me relata una serie de extraños sucesos que, afirma, le han sucedido. Me ha comentado, por ejemplo, que unos niños han sido arrastrados por sus cometas hasta perderse en los más elevado del cielo. También me ha dicho que el otro día conoció en el puerto viejo a un marinero de más de 180 años, y que tenía en una pecera una ballena de menos de 10 centímetros. Anoche mismo me contó que había estado en una pequeña cala donde la marea había subido tanto, que había arrastrado hasta las profundidades a todos los bañistas menos a él. Creo que nunca podré olvidar el título de esta perniciosa obra que está acabando con todas y cada una de las neuronas de mi marido: El otoño del patriarca.
6 DE SEPTIEMBRE DE 2014. Acabamos de volver de las vacaciones y todo parece haberse calmado un poco. Mi marido está más simpático, pero, aun así, hay algo que me extraña y me inquieta: se muestra especialmente cercano y divertido, sobre todo con los niños. Él, a quien las personas menores de treinta años siempre le han provocado una especie de urticaria, ahora está deseando que visitemos a nuestros amigos que ya son padres, para, nada más acabar la cena, abandonarnos y sentarse con sus hijos a contarles viejas historias de terror. Al final, los adultos terminamos en el suelo junto a los niños, y nos divertimos mucho escuchando esos relatos góticos de fantasmas, brujas y seres sin cabeza. Hace tiempo que no somos tan felices. La otra noche, uno de los hijos de mis amigos le pidió a mi esposo que le devolviera el libro de portada blanca y negra que le prestó, ya que lo tenía que devolver a la biblioteca de su instituto. Mi marido dijo que lo había perdido. Yo, debo reconocerlo, había visto ese libro en el maletín de trabajo de mi esposo justo antes de salir de casa. Se titulaba algo así como Relatos hispánicos asombrosos y de terror. Me callé. No quiero que esta época termine.
9 DE OCTUBRE DE 2014. El comportamiento actual de mi marido me recuerda al de principios de año, pero ahora, en vez de hacerme tragar antiguas películas de gánsteres, me pone todos los días viejas películas del oeste. Me ha comentado que la nueva novela que está leyendo, No habrá más sol tras la lluvia, le parece una pequeña joya, y le está volviendo a insuflar su antigua pasión por el género. También le veo desempolvar viejos libros de aventuras griegos y latinos que ya casi tenía olvidados. Hasta aquí, bien, pero últimamente noto como si su mirada se hubiera vaciado. Le encuentro absorto, y apenas habla. Tan solo se limita a pronunciar frases breves y sentenciosas sobre la dureza de la vida y las consecuencias de la Guerra Civil. A él, que ni siquiera le ha pillado la “mili”. Debo decir también que estos días me está cuidando como nunca. Sigue sin decirme “te quiero”, pero tiene detalles, no sé cómo decirlo, desfasados pero encantadores: a veces me encuentro mi flor preferida junto a la cama, o hay tardes en las que simplemente me invita a pasear en bici.
3 DE NOVIEMBRE DE 2014. Me lo temía. Mi marido ha hecho aquello que llevo temiendo mucho tiempo: ha vuelto a leer a Bolaño. Esta vez ha sido Nocturno de Chile. Y vuelta al pesimismo. Siempre termina cayendo en este autor realmente dañino para mi matrimonio. Sus palabras, aparentemente sencillas, me sacan de quicio, ya que tengo la impresión de que esconden algo más allá. Parece que siempre está hablando mediante símbolos. Incluso cuando emite la frase más común o cotidiana, noto por su gesto, por su tono, que debajo hay algo más. A lo mejor me dice, “esta noche sólo voy a cenar un pero”, y yo, que lo conozco, y veo su mirada, percibo que hay un mensaje más trascendente encerrado tras esas, en apariencia, inocentes palabras.
1 DE DICIEMBRE DE 2014. Mi marido ha vuelto a Barnes. Parece que ese autor no le disgusta, y a mí tampoco me importaría que lo tuviera entre sus lecturas habituales. Creo que está leyendo su último libro, Niveles de vida, y, como ya le pasó en verano, su comportamiento es elegante y mesurado, pero ahora el libro le ha transmitido no sé qué espíritu romántico que me agrada, la verdad. Tan solo algo me ha resultado anómalo: me ha prometido que me regalará por reyes un viaje en globo. Veremos.
26 DE DICIEMBRE DE 2014. En este diario tan solo me he limitado a relatar algunas de las muchas personalidades que mi marido ha ido adquiriendo a lo largo del pasado año. Las máscaras que se ha puesto han sido tantas como los libros que tiene rellenando el anaquel más elevado de su librería. No sé qué está leyendo mi marido en estos momentos. Tampoco sé qué voy a hacer con mi matrimonio. Creo que tengo que vivir con esto. En el fondo, puede que esté enganchada a este sufrir vidas distintas gracias a mi esposo, a este no saber con quién me voy a levantar por la mañana, a esta pluralidad de personalidades con la que me beso cada noche al llegar a casa. Quizá eso sea lo que atraiga de la lectura a este camaleón que tengo por marido, a este enfermo patológico al que quiero y al que creo que nunca voy a poder abandonar. Y puede que yo también me esté convirtiendo, sin abrir ni un solo libro, en una lectora compulsiva. Además, pienso que nuestra vida va a mejorar mucho a partir de ahora. He estado ojeando las portadas de algunas de sus próximas lecturas y creo que nos esperan meses apacibles y alegres: Dos Passos, Mishima, Bernhard, Moravia, Beckett… Sí, seguro. Días tranquilos, sencillos. Vamos, algo cercano a una vida normal.
Genial!!
Otra chica para estado crítico!!!
Agradezco el comentario de la señora García Nieto y la invitación del señor Haro, pero agradecería aún más que, junto con la demás ralea de Estado Crítico, dejen de ejercer tan mala influencia sobre mi marido.
LA SEÑORA ESPOSA DEL ESTADISTA JOSÉ M. LÓPEZ