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Sin remedio

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Daniel Ruiz García

Cada año, por estas fechas, me hago una promesa que nunca, por más que lo intento, logro cumplir: llevar una contabilidad escrita de los libros que leo, las películas que veo y los discos que descubro. Mi pensamiento anárquico y extraviado tiene su traslación más gráfica en el desgobierno de mi cuchitril, el sitio en el que escribo (no me atrevo a llamarlo estudio; la definición más correcta sería zulo) y en el que suelo acumular -ordenar es otra cosa- mis lecturas y en general todos los despojos generados por esa cosa que se ha venido en llamar consumo cultural. Es por ello que he sufrido bastante para poner en pie lo que he leído durante este año, y aunque las reseñas de Estado Crítico me han valido como guía realmente me doy cuenta de que esas lecturas apenas han representado un 10% de todo lo que ha caído en mis manos durante el año que concluye.

Soy desastroso, estoy incapacitado para el orden, y ese temperamento influye también en mi comportamiento como lector. Ya que el capricho marca la pauta en mi forma de desenvolverme con las lecturas, de manera que suelo leer sin ningún tipo de programa. Admiro a un compañero de trabajo y sin embargo amigo que suele planificarse el veraneo a través de un recetario de lecturas que sabe que leerá sí o sí. Soy incapaz de eso, cualquier tentativa de programación me supera, y de repente la lectura se convierte en un tedio. Cuando en realidad es todo lo contrario: debe ser siempre un descubrimiento.

MAESTROS. A ver, que yo recuerde, el año empezó con Bukowski, sí, fue con él porque Ale Luque me obsequió con los últimos volúmenes publicados por Anagrama, Ausencia del héroe y Fragmentos de un cuaderno manchado de vino, cuando decidió desprenderse de un buen puñado de libros debido a su mudanza. Con ellos volví a reencontrarme un poco más viejo con Bukowski, pero el primer sorprendido fui yo al comprobar que el resabio no ha hecho mella en mi paladar cuando se trata de Chinaski. Está claro que en esos libros hay bastante morralla, pero Bukowski y morralla son dos términos que conviven con una extraña armonía en el caso del alemán. Por asociación, durante 2014 también le pegué fuerte a John Fante; cayeron, por este orden, Llenos de vida, Espera a la primavera, Bandini y El vino de la juventud. La excusa para perpetrar estas gozosas lecturas fue documentarme a conciencia para la escritura de un relato para una antología dedicada a Fante, en la que finalmente nunca participé: me preocupé de leer, me preocupé de llenarme hasta el cuello de la deliciosa literatura de Fante y me olvidé de todo lo demás.

No suelo ser muy obsesivo con casi nada, pero en cuanto a literatura, tengo una gran obsesión. Se llama Somerset Maugham. Hay muchos libros de Maugham editados en español, de los años 60 y siguientes, y uno de mis deportes favoritos es rebuscar en las librerías de viejo en busca de ediciones antiguas del inglés. Comprar un libro de Maugham es, inevitablemente, caer en el charco de la lectura absorta, sabiendo que consumo un puñetero cáliz a precio de saldo. Así ocurrió este año con Soberbia, Rosie y Cautiva de amor (compilación en un único volumen adquirida en el mercadillo dominical del Charco de la Pava al precio de risión de 1 euro). También en ese mercadillo adquirí una antigua edición de La gata negra, de Nelson Algren, más que nada por pulsión bibliófila, porque la edición de Galaxia Gutenberg (Un paseo por el lado salvaje) ofrece una traducción mucho más fina, y sobre todo, a salvo de esos feos arcaísmos tan propios de los 70. En 2014 Algren me dio la mayor alegría del año, su libro El hombre del brazo de oro, recuperado también por Galaxia Gutenberg y para el que firma, sin duda, la mejor lectura del año. Y terminando con los maestros, otra lectura indispensable del año fue las Cartas a Louise Collet de Gustave Flaubert. Allí descubrí que se puede ser un enorme maestro y también un increíble y delicioso hijoputa.

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SALDANDO DEUDAS. De vez en cuando me da la vena y me tiro a los anaqueles en los que acumulo las obras que, tarde o temprano, un día tendré que leer. Y casi todas ellas, al final, suelen darme alegrías. Otras, en cambio, me producen una inconsolable decepción. En la zona de las alegrías sitúo al Camus de La peste, al Marsé de Últimas tardes con Teresa, al Rulfo de Pedro Páramo y El llano en llamas, al Steinbeck de La Peste o a Harper Lee (ésta sólo publicó un libro, Matar a un ruiseñor). En la zona de las decepciones colocaré (venga, hay que pringarse), al Philip Roth de La mancha humana, a Saul Bellow por partida doble (Herzog y Ravelstein) o al Bohumil Hrabal de Canciones de Baile para mayores.

LECTURAS PATRIAS. Vamos con las lecturas patrias. Algunas cayeron, durante el año, no pocas por puro compromiso, así que sólo referiré aquellas de las que guardo mejor recuerdo: Escarnio, de Coradino Vega; Autopsia, de Miguel Serrano Larraz; La visita, de José González; Diario de campo, de Rosario Izquierdo Chaparro; el libro de cuentos breves Caza mayor, del maestro Manuel Moya; Las vacaciones de Íñigo y Laura, de Pelayo Cardelús; La trabajadora, de Elvira Navarro; La gota contra la primavera, de Mario de los Santos; El frío, de Marta Sanz; Ávidas pretensiones, de Fernando Aramburu; La larga noche, de Javier MijeDeudas vencidas, de Recaredo Veredas; y Temblad villanos y El hombre sin rostro, de Luis Manuel Ruiz.

PERO NO TODO ES NOVELA. Aparte de todo esto, uno suele picotear de aquí y allá con otras lecturas. El picoteo tiene que ver sobre todo con otros géneros que no son la novela. Dentro del género ensayístico, sigo leyendo (eso nunca termina, y que no termine) los Ensayos de Montaigne, con una lucidez a prueba de siglos. Me pareció muy interesante Supergods, de Grant Morrison, y curioso, aunque quizá en algunos aspectos algo obvio, el ensayo Desinformación de Pascual Serrano. La breve colección de artículos ensayísticos de Marta Sanz, No tan incendiario, acabó de convencerme de algo de lo que ya estaba bastante seguro: de que Sanz es una de las escritoras con más luces y con la cabeza mejor amueblada de las letras patrias.

PROPÓSITO PARA 2015. Seguro que he leído bastante más de lo que pongo aquí. De hecho, he dejado fuera casi todas las lecturas que he reseñado en Estado Crítico durante 2014, de entre las que salvo, como el ninot indultado en las fallas, el libro de Nelson Algren comentado más arriba. Pero seguro que he incurrido en olvidos y omisiones imperdonables, de las que más tarde o más temprano acabaré acordándome. Por eso acabo de comprar una libreta para apuntar, a partir de enero, todas las lecturas que realice y las películas que vea y los discos que descubra durante el año. Estoy convencido de que llegaré otra vez a diciembre sin haber escrito una sola línea.

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